La cazadora del valle.

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Alpargatacosmica
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La cazadora del valle.

Mensaje por Alpargatacosmica »

Hace bocha que no escribía algo, así que decidí estirar los músculos de la mente (? y hacer una historia que se me había ocurrido. Es medio larguita pero al menos es 1 solo capítulo, nada de parte 2 (?

La verdad no estoy muy convencido en como quedó, siento que no pude escribir bien lo que quería y lo que tenía pensado, pero supongo que me vendrá con la práctica. Si tienen ganas de leerlo agradecería que me dijeran que les parece y eso, thxbai (?


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La cazadora del valle.
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La taberna Vía blanca no acostumbraba alojar extraños, mucho menos en noches de invierno tan frías como aquella. La mayoría de las mesas solían estar ocupadas con caras conocidas; trabajadores, obreros e incluso guardias del valle se refugiaban bajo ese familiar techo buscando una bebida y un plato caliente luego de un duro día de trabajo. Todos se conocían de una u otra forma aunque no supieran los nombres de aquellos con los que compartían una mesa.

Era normal sentirse a salvo y cómodo allí ya que las cosas raramente cambiaban; el tabernero yacía alto y orgulloso detrás de su recibidor de caoba como de costumbre, mientras su sobrino iba de mesa en mesa tomando órdenes y charlando brevemente con los clientes. La vieja Salem se encontraba en una de las mesas de la esquina, pobremente iluminada por las lámparas de gas y con una jarra del tamaño de su cabeza en la mano derecha, maldiciendo en voz baja los tiempos difíciles como acostumbraba hacer. Incluso Érida había ido a tocar esa noche, llenando el lugar con música por primera vez en semanas, la joven se hallaba en la parte de atrás de la taberna rasgando con entusiasmo su laúd y cantando a viva voz una balada sobre héroes y magia y todo tipo de cosas que tan lejanas les parecían a los habitantes de aquél valle. Hubiera sido una noche perfecta si no fuera porque algo estaba fuera de lugar. Una forastera se sentaba entre ellos.

Pocos la habían notado entre la borrachera y el hambre, e incluso así no le habían prestado demasiada atención. No era común ver mercenarios por allí, pero tampoco era como ver un gato de tres patas. El tabernero, quién era el encargado de servirle bebidas, suponía que se trataba de una viajera que simplemente necesitaba un lugar en el que dormir durante la noche. Sólo llevaba una pequeña bolsa que había dejado debajo de la silla y una capa verde oscuro que le tapaba la mayoría del cuerpo y la totalidad de su brazo derecho; por debajo de la misma parecía vestir ropas de viaje comunes y una chaqueta de cuero duro, probablemente por protección.

“Un poco más de pan por favor” Habló la mujer, subiendo la voz apenas lo suficiente para que la escuchara el tabernero. Sus ojos eran invisibles bajo la capucha de la capa.

“En camino” Respondió él automáticamente y acto seguido le hizo una seña a su sobrino para que buscara lo que quería. “Espero que esté disfrutando nuestro plato” Inquirió con voz formal, casi preguntando.

Tardó en responder, primero agarrando el último pedazo de pan con su mano izquierda y mojándolo en el bol de madera que tenía enfrente, sacándolo chorreando salsa justo antes de metérselo entero en la boca. “No estoy saboreándolo demasiado, si quieres saber la verdad” Admitió, encogiéndose de hombros “Largo viaje…” Tragó con dificultad, labio inferior temblando levemente.

“Sí, entiendo, debes estar muriéndote de hambre” Asintió el hombre “Con cómo están los caminos hoy en día, imagino que habrás tenido un día difícil”

La mujer no respondió, decidiendo que seguir comiendo era un mejor uso de su tiempo; el tabernero entendió el mensaje. No estaba acostumbrado a charlar con extraños (mayormente por la ausencia de los mismos) pero había algo que lo extrañaba de su nueva cliente. De vez en cuando mientras armaba los tragos o limpiaba los vasos se encontraba a sí mismo observándola de reojo, inconscientemente.

¿Acaso esperaba que hiciera algo? ¿Creía que se iba a levantar y sacar una espada o algo por el estilo? No, dudaba que fuera así. La armadura de cuero que llevaba por debajo de la ropa la delataba como mercenario o soldado (suponía que era lo primero debido a la falta de cualquier tipo de insignia) y la piel oscura junto al pelo negro caoba sugería que venía del sur, pero si bien tenía la pinta de una persona bien viajada, no poseía el cuerpo de un guerrero y el hombre no veía ningún arma en su persona. Y por si fuera poco parecía estar herida, no había levantado su brazo derecho en toda la noche.

“Debe pertenecer a un gremio, seguramente vino por algún trabajo” Pensó para sí mismo, obligándose a concentrarse en algo más.

La mujer siguió disfrutando de su comida durante varios minutos de silencio, en ningún momento levantando la vista del plato ni prestándole atención a los sonidos a su alrededor. Para cuando terminó parecía una persona diferente; el color había vuelto a su piel, y hasta ese momento el tabernero no había notado que había estado respirando con dificultad.

“¿Cuánto por todo?” Preguntó. Incluso sonaba diferente que antes, ya no hablaba en susurros, aunque aún mantenía la mirada baja.

“Sería un dénaro por la comida y las dos jarras de cerveza de trigo” Contó instantáneamente el hombre “Y si añadimos los costes de la habitación…”

“No voy a quedarme” Lo cortó la mujer, depositando una moneda de bronce encima del mostrador con su mano izquierda “Con la comida será suficiente”.

Las manos del hombre se detuvieron, y levantó las cejas ligeramente “¿Está… segura? Con todo respeto señora…”

“Agradezco su preocupación” Volvió a interrumpirlo, y una pizca de frustración comenzó a notarse en su voz “No me quedaré esta noche. Solo estoy aquí para visitar a un viejo amigo” Pronunció las últimas dos palabras con lo que parecía una mezcla de amargura e ironía, y acto seguido torció las comisuras de la boca; era la primera vez que el tabernero la veía sonreír. Sintió una leve corriente eléctrica atravesarle el cuerpo.

“Oh, entiendo” Asintió lentamente, sin quitarle la vista de encima. “Siempre es bueno tener amigos en varios lados del mundo ¿Eh?”

No respondió. Con un rápido movimiento se levantó de la mesa y extendió el brazo izquierdo para juntar su bolsa que se hallaba debajo de su silla, dejando que unos mechones de pelo marrón se le hicieran visible a través de la capucha. Durante un momento el hombre quiso decir algo, sin saber exactamente qué, pero justo cuando estaba por abrir la boca uno de los clientes de la mesa cercana se levantó de su silla, empujándola hacia atrás y golpeando a la forastera en su brazo derecho.

La mujer dejó escapar un mudo grito de dolor, dejando caer la bolsa y apoyándose contra su propia silla, sujetándose su brazo derecho con fuerza.
El tabernero realmente no quería hacerlo, pero un ligero brillo dorado le llamo la atención y bajó los ojos hacia la mano descubierta de la mujer. Sus músculos se tensaron y se le escapó el aliento; sintió como si le hubieran echado un balde de agua helada encima.

Su mano estaba podrida, o al menos severamente dañada. En el dedo anular llevaba un hermoso anillo dorado de engaste triangular, alrededor del cual se extendía la carne negra y sangrienta casi como si éste fuera el causante. Aunque no había nada parecido allí casi podía sentir el olor pútrido de aquella extremidad. No tuvo tiempo de abrir la boca antes de que la mujer volviera a cubrirse con urgencia, moviendo la cabeza hacia todas direcciones, asegurándose de que nadie había visto lo que pasó.

Pero él lo había visto. Sabía lo que era ese anillo, lo que significaba.

Por primera vez en la noche los ojos de la forastera se encontraron con los del tabernero, y si éste no hubiera estado sujetando su jarra con fuerza ésta se le hubiera caído de las manos. Un dorado igual al del anillo se encontraba detrás de sus ojos que parecían ausentes, como si miraran sin ver. Quizá hubiera pensado que eran ojos hermosos si no fuera por la expresión de ira en el resto del rostro de la mujer.

Antes de que pudiera reaccionar extendió su otro brazo en su dirección, y el hombre hubiera gritado si hubiera tenido aire en los pulmones. Cerró los ojos, esperando un ataque que nunca ocurrió. Cuando volvió a abrirlos notó que la mujer tenía su mano derecha donde antes estaba aquél dénaro. Cuando volvió a levantarla había dos más.

“Por su generosidad” Habló la mujer en susurros, señalando una de las monedas adicionales. Sus ojos todavía estaban clavados en los del hombre “Y por su silencio” Señaló la moneda restante, y esperó una respuesta. El tabernero asintió apenas, incapaz de moverse más de un centímetro “Le agradezco por sus servicios”

Y con esas últimas palabras volvió a levantarse y se dirigió con rapidez hacia la salida, bolsa en hombro. El silencio mortal se extendió durante unos segundos hasta que los sonidos de gritos y música volvieron a llenar sus oídos, como si nada hubiera cambiado. Finalmente capaz de moverse miró hacia todas direcciones, pero nadie parecía haber notado algo extraño, ni siquiera su sobrino que se hallaba a metros de él, preparando un plato.

El hombre bajó la mirada una vez más hacia las monedas de oro, notando por primera vez que las tres estaban ligeramente cubiertas de sangre seca.

--

Las calles estaban casi vacías, los únicos que aún no se habían refugiado en la comodidad de sus hogares eran los pocos guardias vigilando las avenidas principales, siempre yendo en grupos de dos o tres y con gruesos abrigos de pieles. Ninguno de ellos pareció notar (o quizá simplemente no les importaba) a la figura encapuchada que caminaba con paso ligero hacia el norte del pueblo.

La mujer iba con la mirada baja y ambas manos en los bolsillos, respirando lentamente sin prestarle atención a nada a su alrededor. Si las calles no estuvieran tan pobremente iluminadas y si no llevara puesta la capucha podría apreciarse una expresión de frustración en su rostro; no estaba acostumbrada a hacer tanto ruido al caminar, pero el piso debajo de ella estaba cubierto de grava y rocas, muy diferente a la suave tierra de los valles. La exasperaba, aunque sabía que no había diferencia alguna.

Su presa no tenía ningún lugar al que escapar, incluso si supiera que ella estaba buscándolo.

Cuando estuvo segura de que nadie la observaba volvió a levantar su manga derecha ligeramente, echándole un vistazo a su anillo y asegurándose por enésima vez de que estaba yendo hacia el lugar correcto; éste brillaba levemente bajo la luz de la luna y parecía más hermoso que nunca aunque estuviera empapado de sangre. La mujer frunció los labios y sintió cómo se le enrojecían las orejas; ¿Realmente había parado allí? ¿Qué tan idiota pensaba que era? Debía saber que ella no estaba lejos, y aún así no se había movido en lo absoluto. Hubiera pensado que se trataba de una trampa si no lo conociera tan bien. Con cansancio volvió a taparse la mano y levantó la vista, las enormes rejas de hierro negro del cementerio podían verse apenas a un par de calles de distancia.

Apuró el paso inconscientemente, ansiosa de llegar de una vez por todas. El dolor de su mano estaba empeorando con cada segundo que pasaba, aunque el frío lograba distraerla un poco de aquello. Y si hubiera habido al menos una pizca de viento en aquél lugar al menos podría fingir que esa era la fuente de los susurros que escuchaba, cada vez más insistentes.

Sus pies se detuvieron a metros de las enormes rejas, su respiración volviéndose más lenta; una figura había aparecido que no se encontraba allí antes. Parecía ser una persona alta y delgada, con largo cabello blanco y vestido enteramente con túnicas negras a excepción de una brillante espada blanca colgada a un costado de su cintura. Tenía los brazos cruzados y la espalda apoyada contra las rejas negras de forma despreocupada. Sus ojos eran invisibles bajo los mechones de pelo blanco.

Miró a sus alrededores con cautela; las pocas personas que caminaban por la misma calle no parecían notar la extraña figura. La mujer cerró los ojos y respiró hondamente; eso sólo podía significar una cosa. Volvió a ponerse en movimiento, acercándose al extraño con cautela. Apenas a pasos de alcanzarlo cambió de postura, parándose recto y sonriéndole a la mujer con dientes blancos perfectos.

“Bienvenida nuevamente Ávalon” El hombre extendió ambos brazos a los costados, como si quisiera abrazar al aire. Su voz si bien no era más alta que un susurro parecía retumbar en el piso bajo sus pies “Ha pasado un largo tiempo desde la última vez que te vi”

“Me confundes con alguien más, guardián” Respondió ella, ceño fruncido “Jamás te había visto antes”

Ávalon no sentía ninguna presencia de aquél hombre, ningún rastro de olor ni pulso.

“Pero yo sí te he visto a ti” Aseguró con una sonrisa, bajando las manos y poniendo una sobre su espada “Sí… estoy seguro, jamás podría olvidar esos bonitos ojos. Fue hace ocho años, si no me equivoco. Imagino que en ese entonces no eras capaz de vernos”

Ávalon se quedó inmóvil, frunciendo levemente los labios, nerviosa “Oh… justo lo que necesitaba, saber que otra persona me espiaba ese día” Chasqueó la lengua “Aunque a diferencia de Drei no recuerdo que hayas querido ayudarnos. Una mano adicional no habría venido mal ¿Sabes?” Su voz casi reflejaba rencor.

“Hice todo lo posible para ayudarlos” El anciano dejó salir un bufido y se cruzó de brazos, fingiendo estar ofendido “Si no fuera por mí él nunca te hubiera encontrado; y si esa muchacha estúpida me hubiera hecho caso como él lo hizo quizá aun siguiera con vida. Me caían bien esos hermanos, eran los únicos que podían verme, los únicos con los que podía conversar. Interferí tanto cómo me era permitido; pero sabes muy bien que tengo un trabajo que hacer”

“Igual que yo” Le respondió con tono de urgencia “Por lo cual agradecería que me dejaras pasar. No tienes derecho a cerrarle estas puertas a alguien como yo” Un pensamiento repentino la invadió, y levantó el brazo derecho con rapidez, poniéndose en guardia “A menos que él te haya pedido que me detengas”

“Lukel sabe que las consecuencias serían terribles si yo hiciera algo así. Al muchacho nunca le gustó poner a los demás en problemas” Largó un extenso suspiro, moviendo la cabeza lentamente “Pero fuera de mi trabajo como guardián, y hablando como uno de sus pocos amigos…” Levantó la vista hasta que pudo ver a la mujer a los ojos “Te ruego que reconsideres lo que estás a punto de hacer”.

“Él sabía lo que hacía cuando nos traicionó” Aseguró ella, voz llena de veneno “Tres ya vinieron en busca de él y ninguno regresó, no hay perdón para alguien que mata a sus propios compañeros”

“¿No es eso acaso lo que tú misma vienes a hacer?” Cuestionó el guardián “No sé cómo puede hablar con tanta impunidad alguien que busca asesinar a su propio pupilo”.

“Ya no es parte de nosotros, y él lo sabe” Aspiró hondo y comenzó a recitar las palabras que tantas veces había dicho antes “Bajo éste valle somos todos hermanos; pero ten cuidado, que no se te ocurra traicionarnos…”

“Pues estas montañas tienen ojos, los cazadores jamás olvidan, y la sangre sólo puede pagarse con sangre” Terminó la oración por ella, asintiendo levemente “Conozco el dicho. Y sé que como yo, no tienes opción” Sus ojos parecieron perderse durante un instante “Está bien… puedes pasar”

Hubo varios segundos de silencio hasta que Ávalon volvió a moverse, dando lentos pasos hacia la puerta de metal. Pero justo antes de entrar al cementerio volvió a oír la voz del guardián una última vez.

“Por cierto, imagino que sabes que también soy un perdonador” Mencionó, y la mujer casi pudo oír una sonrisa en su voz “Si luego de esto buscas absolver tus pecados… sabes a quién buscar”

Ávalon torció las comisuras de la boca, formando una invisible sonrisa. Y sin responderle atravesó aquellas rejas, dejando al hombre detrás.

--

El primer paso fue el más difícil. El aire había crecido más denso el momento en el que la mujer atravesó aquellas rejas, podía sentirlo. El olor a musgo y hierro de aquel lugar le dificultaba la respiración casi tanto como el mismo aire helado que inhalaba. Intentó tragar saliva entre bocanadas de aire pero lo único que sintió fue un agudo dolor en su garganta, completamente seca. Sus músculos se movían por sí mismos, tanto para avanzar como para evitar congelarse, mientras ella abría y cerraba inconscientemente su mano izquierda, entumecida.

No había forma de negarlo, se encontraba en terrible forma. Aquella comida abundante había ayudado un poco, pero el desafortunado clima sumado al largo viaje y el insoportable dolor de su mano derecha había tenido consecuencias en su cuerpo. Bajó la mirada hacia aquel anillo, mucho más radiante que su dueña, y frunció el ceño ligeramente como si éste tuviera la culpa. Nunca le había exigido tanto, ni siquiera las primeras veces que lo había usado.

Otra ráfaga de viento voló en su cercanía, aplastando la parte de atrás de su capa contra su cuerpo y susurrando nuevamente en sus oídos; o eso es lo que ella quería creer. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, totalmente ajeno a aquella brisa. Avalón apuró el paso, sus pies aplastando las hojas secas debajo suyo, y su capa rozándose contra todas las tumbas cercanas. Intentar ser sigilosa era completamente inútil; Lukel ya sabía que venía por él.

Cuando finalmente lo encontró, la mujer se sintió casi decepcionada. Había llegado a la parte más profunda del cementerio: el piso allí era aún más precario que antes y las pocas tumbas, si bien eran de mármol en vez de piedra, estaban increíblemente gastadas. El hombre se hallaba al fondo de aquel camino, sentado contra uno de los tablones de mármol, temblando. Hubiera sido difícil no verlo incluso para alguien con mala vista. Su pesada respiración podía escucharse aún encima del viento, y el rojo oscuro manchando gran parte de su pecho también era algo llamativo.

“Tiene que ser una broma” La mujer habló casi sin darse cuenta, apenas reprimiendo una carcajada amarga. El hombre frente a ella levantó la cabeza ligeramente, revelando su rostro pálido. “No puedo creer que te pararas a descansar aquí, de todos los lugares.”

“Ibas… a encontrarme de todas formas” Habló apenas más fuerte que un susurro, contorsionando los músculos de su rostro en algo parecido a una sonrisa “Y estar cerca de ella hace que el dolor no sea tan insoportable” Su piel emitía un brillo casi verdoso, y sus ojos parecían ausentes. Con esfuerzo removió la mano que tenía sobre su pecho, dejando que Ávalon viera su herida.

Encima del abdomen y cerca del corazón, allí había dado la flecha que seguramente lo había puesto en ese estado. Ávalon dio un par de pasos más, tratando de ignorar el dolor punzante de su propia mano. Examinó cuidadosamente la herida; no parecía haber penetrado lo suficiente como para causar daños serios, pero había algo más. La piel alrededor de la herida estaba oscureciéndose, y podía notarse un distintivo olor a putrefacción.

“Una flecha envenenada” Habló en voz baja, aún observándolo “Neva… entonces ¿Es cierto?”.

“Creí que se echaría para atrás al darse cuenta de que mi ataque iba a matarla” Admitió el hombre, voz temblorosa “Nunca pensé qué fuera lo suficientemente terca cómo para disparar de todas formas, todo con tal de detenerme”.

Las hojas secas a los pies de Ávalon se levantaron y danzaron por un momento a su alrededor, levantadas por lo que a una persona normal le hubiera parecido una ráfaga de viento. El dorado de sus ojos resplandeció por un instante y no muy lejos se escucharon cientos de aleteos; los pájaros de los árboles que los rodeaban habían levantado vuelo, huyendo.

“Me aseguraré de que tenga un funeral adecuado” Dijo cada palabra con cuidado, voz firme a pesar de todo. Cerró los ojos un momento y eliminó a Neva de sus pensamientos de forma forzada, aumentando el dolor causado por su anillo ligeramente. Ya habría tiempo para lamentarse luego. “¿Qué hiciste con su anillo?”

“Lo destruí” Contestó inmediatamente, y por un momento el brillo pareció volver a su rostro. Con esfuerzo levantó la mirada hacia Ávalon “Tambien los de Mélevo y Dolne, aunque ellos siguen vivos. Dudo que puedan seguir siendo cazadores con un dedo menos pero al menos conservan el cuello” Aspiró una bocanada de aire, su labio inferior temblando “Aunque no puedo decir que estén muy felices conmigo. Me dijeron todo tipo de cosas poco corteses ¿Sabes? Traidor, cerdo, usurpador y hasta algunos insultos que ningún adolescente de mi edad debería decir” Sonrió para sí mismo de la misma forma que había hecho miles de veces, satisfecho “Supongo que algunas personas no se dan cuenta cuando estás haciéndoles un fav…”

Hubo un destello de luz y la tumba estalló en cientos de pedazos, dejando apenas unos centímetros de mármol quemado sobresaliendo de la tierra. El hombre que estaba sentado allí ahora se encontraba apoyado en un árbol cercano, sujetándose a este con dificultad. Su joven rostro reflejaba sorpresa y miedo; sus ojos estaban clavados en la mujer que hace un instante había intentado matarlo. Su brazo derecho aún estaba levantado, el anillo dorado iluminando la mano putrefacta a la que estaba aferrado.

“No empujes tu suerte” Su voz lo estremeció más que el frío glacial “No estoy aquí para escuchar tus chistes”

Todo rastro de una sonrisa desapareció del semblante del hombre. El verde de sus ojos resplandeció de la misma forma que habían hecho los de Ávalon hace unos momentos.

“Sabía que estabas más consumida que todos los demás, pero destruir su tumba como si no fuera nada…” Sus manos se aferraron con más fuerza al árbol, casi lastimándose “Tomé la decisión correcta al alejarme de ustedes”.

“Ella no está aquí” Contestó Ávalon “Lo único que hay debajo de esa tumba son un montón de huesos y gusanos” Se volteó hacia él, alta y terrible “Y si este es el lugar que elegiste para morir entonces no seré yo quien tenga objeciones”.

“No tengo donde escapar” Admitió el hombre “Estoy débil y mi cuerpo está lleno de veneno… pero no pienso morir aquí, todavía hay algo que tengo que hacer. Por favor… no dejes que te obliguen a hacer esto… escucha lo que tengo que decir”

Hubo un instante en el que Ávalon pareció vacilar, su semblante iluminándose ligeramente. El próximo resplandor de luz la sorprendió incluso a ella, su mano se movió por sí sola, y el hombre apenas tuvo un segundo para apartarse. Donde éste se encontraba antes había solo una mancha negra, humeante.

“El veneno no bastará para matarte, sé lo resistente que eres” Habló con completa calma, semblante completamente vacío “Quédate quieto, sufrirás menos si es rápido”

El cuerpo del joven reaccionó más por miedo que por necesidad. Rasgó el aire con su mano cubierta de sangre, poniendo al descubierto el mismo tipo de anillo que Ávalon llevaba, aunque a diferencia de ésta su dedo estaba apenas ennegrecido.

La mujer se movió en lo que tarda un parpadeo, su cuerpo esquivando apenas la franja roja oscura que se dirigía hacia ella. Fijó los ojos en la mano de su oponente; la sangre que la cubría ahora flotaba a su alrededor formando largas líneas ondulantes. En otro momento Ávalon se hubiera reído de aquello; él siempre había sido bastante literal con el uso de sus poderes.
Sintió el aire cortándose a su derecha y giró su cuerpo evitando el ataque; el látigo de sangre pasó cerca de su oreja, silbando. De reojo pudo observar como una de las tumbas se partía a la mitad, colapsando en el suelo. Cuatro acometidas más lo siguieron menos de un segundo después, apuñalando el aire hacia ella desde direcciones diferentes. Izquierda, abajo, atrás, derecha, el cuerpo de Ávalon se movía por sí mismo apenas lo suficiente como para que aquellas franjas de sangre la rozaran. Aprovechando la apertura momentánea la mujer se lanzó sobre él, levantando el brazo en su dirección, anillo al rojo vivo. La luz lo cegó por un instante, pero para cuando ésta desapareció solo había hierba quemada frente a ella. Él se encontraba a unos metros a su izquierda, listo para lanzar otro ataque.

Si bien el cuerpo de Ávalon se encontraba en mal estado el del joven estaba mucho peor, y ambos lo sabían. Quizá por eso le era tan fácil esquivar sus ataques, o quizá era porque jamás se había sentido tan al límite. Con cada segundo que pasaba podía verse como él se volvía más lento y ella más brutal, apenas pudiendo controlar el poder de su propia magia. Donde antes estaba aquella parte del cementerio ahora solo había un montón de rocas encima de tierra humeante.

Lukel alcanzó su límite luego de casi un minuto. Se posicionó una vez más para usar su magia, pero su cuerpo no le respondió. Sus piernas perdieron fuerza, y el aire pareció escaparse de sus pulmones. Cayó de rodillas, apenas pudiendo respirar. La sangre que orbitaba alrededor de su mano cayó al suelo, manchando el césped rojo oscuro.

Hubo un segundo de silencio en el que la mano de Ávalon se detuvo, justo antes de acabarlo. Su cuerpo dejó de moverse, y la mujer aprovechó para tomar una bocanada de aire. Bajó la mirada hacia el joven, y dio un par de pasos hacia él. No lo haría sufrir, había decidido que lo mataría de forma rápida, sin dolor. Puso una mano en su cabeza, encima de su mata de pelo negro, y él no se movió.

“Lukel de los Cazadores del valle” Habló, y por primera vez podía escucharse vacilación en su voz “Traicionaste a tu familia, a tus hermanos y a tu propia sangre. Yo, Ávalon, segunda en comando e hija del bosque te sentencio a mor…”

Un dolor agudo le atravesó la pierna, tan intenso que la encegueció por unos segundos. La sangre que manchaba el suelo se había formado en una aguja, apuñalándola por encima de la rodilla. Ávalon apenas tuvo tiempo de largar un grito de dolor antes de que viera a Geop abalanzarse sobre ella, cuchillo en mano.

La daga del joven atravesó un pedazo de tela, pero nada más. La capa de la mujer ahora se encontraba en su mano alrededor del arma, pero ella había desaparecido. En medio del dolor y la fatiga Lukel entrecerró los ojos, confundido.

“¿Qué…?”

Una patada le dio en el estómago, rompiéndole varias costillas y tirándolo al suelo de espaldas. Lukel abrió los ojos como platos, frente a él se encontraba Ávalon, apuntando su anillo hacia la cara del joven.

Un resplandor de luz blanca fue lo último que vio antes de que el dolor lo cegara.

La mujer caminó hacia lo que quedaba del joven, rengueando. Su pierna sangraba, pero no era nada urgente, y definitivamente no era peor que el dolor de su mano.

“Deberías haber elegido una muerte rápida”

Donde antes estaba el rostro de Lukel ahora solo había una masa de carne negra y rojiza. Su nariz había desaparecido y sus ojos eran dos ranuras vacías, apenas visibles. Sangre brotaba a borbotones de la franja hinchada que solía ser su boca. Pero aún no estaba muerto; probablemente se encontraba en shock, pero su pecho subía y bajaba al ritmo de su desigual respiración.

“Esperaba que fueras diferente” Habló Ávalon, tratando de ignorar el nudo en su garganta “¿Qué pensabas que iba a pasar? No eres especial, no eres un héroe, y definitivamente no eres inocente”

Con esfuerzo se agachó y agarró la daga con la que Lukel había tratado de matarla hace unos instantes. Por suerte la hoja era lo suficientemente afilada, con un simple corte bastaría. Su mano derecha sujetó como pudo la del hombre, y los dos anillos parecieron reaccionar entre sí, oscureciéndose. Ávalon observó la escena un instante, ojos ausentes, hasta que finalmente volvió en sí.

“Pasa bastante seguido ¿Sabes?” Le habló a Geop en voz baja, aunque dudaba que pudiera escucharla “Siempre hay uno entre nosotros que se cree un héroe. Ven a todos los demás como monstruos, pero no a sí mismos” El cuchillo temblaba, mientras la mujer trataba de demorar lo inevitable “Las manos de un hechicero no se cubren de sangre al matar, por lo que tienen que decirse constantemente que son inocentes e invencibles hasta que logren creerlo. Pero nosotros no tenemos ese lujo”.

Con un movimiento firme bajó el cuchillo hacia su dedo, cortándolo como si fuera lo más fácil del mundo. El anillo perdió todo resplandor, despegándose y cayendo al suelo como si hubiera estado suelto todo ese tiempo. La sangre que lo manchaba ya no se encontraba en él.

“Somos cazadores del valle. Somos asesinos, monstruos y animales, y esto nos prohíbe olvidarlo. Es por eso que somos una familia; sólo nos tenemos a nosotros mismos. No merecemos llamarnos humanos de verdad”.

Se puso de pie con dificultad, tambaleándose. Apenas podía escuchar sus propias palabras, los susurros en su cabeza la aturdían, más incesantes que nunca. Debía hacer algo, o sino…

“Pero siempre hay alguien como tú que olvida esa regla fundamental” Levantó su brazo una última vez, casi en contra de su voluntad “Y ahora morirás sabiendo lo estúpido que fuiste”.

Una fina línea de luz escapó del anillo hacia la frente del joven, atravesándola, y acto seguido este dejó de respirar. Pasaron varios segundos de silencio en los que la mujer simplemente lo observó, inmóvil, hasta que el dolor de su brazo la golpeó con más potencia que nunca. Ávalon reprimió un grito de dolor, cayendo al suelo de rodillas. El anillo de Lukel escapó de sus manos, aterrizando a centímetros de su rostro.

“¿Qu… qué demonios…? Creí que con matarlo…” Otra oleada de dolor la sacudió de pies a cabeza. El anillo estaba al rojo vivo “¡Agh! No… tengo que… esto nunca había…”

Sus ojos se fijaron en el brillo dorado que tenía en frente, y una idea completamente alocada surgió en su cabeza. Durante un instante tanto el dolor como los susurros desaparecieron y lo único en su mente era aquél pedazo de metal brillante

¿Sería tan terrible…?

Ávalon jamás había escuchado de un caso similar, por lo que no estaba segura de si lo que iba a hacer contaba cómo traición

“Todo lo que recogas en tus cazas será tuyo por derecho” Esa era la regla, pero aún así…

Luchó para ponerse de pie, no antes de agarrar el anillo con su mano izquierda. Éste se sentía más pesado que antes. Con tan solo tocarlo la asaltó una ola de alivio, totalmente ajena. No pudo evitarlo, su mano marchita sujetó el anillo entre dos dedos, acercándolo al anular de la mano contraria. Se deslizó dentro tan suavemente como la seda; quedaba perfecto. Brilló por un momento igual que su hermano, y acto seguido se encogió, enterrándose en la carne de la mujer, quien sintió como si dientes hubieran salido de aquella cosa, atrapándola. Ya había sentido ese dolor una vez; y ahora la sangre brotaba de su mano izquierda también.

El frío, el dolor y los susurros desaparecieron. El rostro de Geop se desvaneció de su mente, casi como si nunca hubiera estado allí. Sus ojos perdieron todo brillo, volviéndose aún más opacos y ausentes, como el oro. Un suspiro de alivio escapó de sus labios, los cuales formaron una sonrisa auténtica por primera vez en meses. Jamás se había sentido tan bien.

“Te felicitaría por tu logro, si no hubieras hecho algo tan horrible”

Ávalon giró su cuerpo hacia la voz que había aparecido de la nada, pero lo hizo lentamente, de forma casi letárgica. El guardián la observaba desde detrás de una de las pocas tumbas que no estaba destrozada. Sus ojos eran invisibles.

“¿Decidiste cambiar de opinión y matarme?” Inquirió la mujer, voz sin emoción.

“No, ya te expliqué que ese no es mi trabajo.” Repitió, molesto “El karma se encargará de ti tarde o temprano, no creo necesario ensuciarme las manos” Dejó salir un suspiro de resignación, bajando la mirada “Sólo vine a avisarte que un extraño vino a las puertas de este cementerio buscándote hace unos minutos. Por ciertas razones no pude dejarlo entrar, pero le prometí que te daría su mensaje”.

“¿Y qué mensaje es ese?”

“Dijo que quizá estuvieras interesada en un trabajo poco peculiar, y aseguró que la paga sería extraordinaria” Por primera vez se movió de su lugar, acercándose hacia la mujer y dándole un largo pedazo de tela blanca “Se hacía llamar Drei. Eso es todo lo que sé. Y toma esto; póntelo alrededor de la pierna, vas a desangrarte a este paso”.

Ávalon no se movió, aún pensando en el nombre que acababa de escuchar. Sí, definitivamente lo recordaba. Si era la misma persona que creía…

“Dile que podemos discutirlo mañana, cuando él me invite al desayuno” Agarró la tela inconscientemente, y levantó la vista hacia el guardián. Sus ojos estaban tan muertos como los de ella “Apenas puedo estar en pie y por si fuera poco acabo de matar a mi pupilo. Creo que me merezco un descanso antes de embarcarme en otra misión suicida”.
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