Pokemon: Historias de Buenos Aires

Para todos aquellos escritores que quieren compartir sus obras con el mundo, ya tienen el rincón para hacerlo. =)
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Gonzaa
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Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Gonzaa »

Bueno, la verdad que me da un poco de vergüenza hacer el tema. Debe ser el segundo o tercer fic que posteo xD De hecho, releí hace poco el último que subí acá, y hasta a mí me enojó no haberlo seguido. Pero es lo que pasa cuando se improvisa. Por eso este fic está mucho menos improvisado, ya no es sólo una idea colgada.

Creo haber leído acá algún otro fic desarrollado en Argentina (No es que sea una idea tan loca, la verdad), pero como casi todos los que están acá, murió.

Si bien no puedo exigir ni demandar feedback, es lo que generalmente motiva a seguir escribiendo. Por favor, si leés el fic, comentá algo. Aunque sean sólo puteadas (?)
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Gonzaa
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Gonzaa »

Este fic es una idea algo bizarra que se me ocurrió. Me pareció muy explotable la idea de meter pokemon en el mundo real, pero mucho más explotable que fuera en el pasado. Es algo así como un "¿Qué hubiera pasado si..." bastante fácil de responder.
Para resumir un poco -si bien ya van a leerlo por ustedes mismos- paso a contarles que es un fic de Pokemon que se desarrolla en Buenos Aires, alrededor de los años veinte. Si bien empieza bastante suave, con el tiempo se va oscureciendo más, así que léanlo bajo su propia responsabilidad.
A pesar de estar ambientado en Buenos Aires, voy a tratar de que tenga la menor cantidad de lunfardo posible. Eso sí, los verbos son los nuestros, hay mucho "hacés" y ningún "haces".
Cualquier duda, sugerencia o crítica va a ser bien recibida y -mientras esté en mis posibilidades- voy a responder todo. Menos preguntas como "¿Cómo sigue el fic?" o "¿Qué pasa después?", obviamente.

Sin más preámbulos:


[SIZE="7"]Pokemon: Historias de Buenos Aires[/SIZE]


Capítulos posteados:

Prólogo

[spoiler][SIZE="3"][font="Verdana"]Prólogo

La tarde porteña era tranquila. Buenos Aires siempre tuvo esos característicos bares de mala muerte donde los borrachos se juntaban a contar historias, y este no era la excepción. “La taberna de Slowpoke” decía el cartel en la puerta.
El lugar era sencillamente feo. A pesar de no haber anochecido todavía, muy poca luz se filtraba por las persianas cerradas del bar. Todo allí parecía haber sido nuevo hacía ya muchos años. Una sola persona atendía la barra.
Un hombre entró con mala cara y se sentó frente al barman; pidió una cerveza.

- ¿Por qué esa cara? – Preguntó mientras sacaba una botella de la heladera.
- Mi Charizard no me hace caso y lo necesito para volar a Mendoza – respondió el cliente.
Esas palabras parecieron haber despertado algo, o a alguien. A la derecha del dueño del Charizard, un hombre de mal aspecto y olor a alcohol del siglo pasado, comenzó a hablar.
- ¿No te hace caso? Eso antes no era un problema. De hecho, el control de carácter de los pokemon –entre otras cosas- tiene su historia. Acá mismo, en Buenos Aires, hubo una especie de guerra de uno contra muchos allá por los años veinte.
- No tengo idea de quién sos, pero captaste mi atención. Además necesito distraerme con locura. De casualidad, ¿No te sabrás esa historia? – Preguntó con notable interés el hombre de la cerveza.
- ¡Claro que la sé! Pero te va a costar otra de esas que estás tomando.
Mientras esperaban que el barman trajera la otra cerveza, se presentaron. El dueño del Charizard se llamaba Ricardo, y su interlocutor, José. Una vez que ambos tuvieron su bebida consigo, el cuento empezó; no sin antes una aclaración.
- La historia que te voy a contar trata de Juan, un joven nacido acá mismo pero hace muchos años. El muchacho tenía una relación muy especial con su abuelo, quien lo había cuidado desde el nacimiento; su abuelo era mal visto por el gobierno de turno por ser algo así como un socialista. Hablando de eso, el Presidente era del partido Radical, no recuerdo si era Yrigoyen o Alvear. Teniendo en cuenta quien estaba al poder; puedo decirte que, como dije antes, la historia transcurrió alrededor de mil novecientos veinte.

Si bien todo esto de las anécdotas entretenía a Ricardo, no sabía si creer o no lo que decía José. Intercambió una mirada con el barman, quien con los ojos le dio a entender que le siguiera la corriente, y así lo hizo.
Lo que ni Ricardo ni el barman sabían, era que José sabía muy bien de lo que estaba hablando porque era nieto del famoso Juan de Buenos Aires, conocido en las calles como el primer entrenador pokemon certificado de la ciudad. Su leyenda contaba de actos de rebeldía y era un modelo a seguir para los jóvenes que rechazaban el orden establecido.
Juan de Buenos Aires, era la más grande bandera en contra del sistema.[/font][/SIZE]
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Capítulo I - El inicio

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[SIZE="3"][font="Verdana"]Capítulo I – El inicio

Un barco amarró en el puerto de Buenos Aires donde hombres y pokemon trabajaban a la par para ayudar a bajar la mercadería situada a bordo. La fría mañana no inspiraba precisamente a los marineros y mucho menos a los monstruos que los ayudaban. Eran bestias con forma similar a la humana, de color gris y músculos marcados. Líneas rojas podían apreciarse en sus brazos al igual que protuberancias sobre sus cabezas; sin embargo, lo que más llamaba la atención, era el cinturón amarillo que tenían puesto. Los Machoke llevaban únicamente las cargas más pesadas. Todas las cajas eran llevadas a un enorme edificio en construcción que estaba cerca del puerto.

***


En las afueras de la ciudad se encontraba una hermosa casa de la época donde vivían Juan y su abuelo Thomas. Ambos estaban en la mesa del comedor, desayunando.

- Feliz cumpleaños Juan – felicitó Thomas a su nieto.
- Gracias abuelo, igual sabés que no me gustan estas fechas; sólo sirven para hacerme acordar a la muerte de mi mamá.
- Si, es verdad. Igual este año vas a tener tu cabeza ocupada. Ya tenés dieciséis años y sos lo suficientemente grande como para que te cuente cómo son las cosas en realidad.
- ¿A qué te referís? – Preguntó intrigado Juan.

El chico era igual que los demás de su edad. Tenía una altura promedio, supongamos que rondaba el metro setenta, metro setenta y cinco; era delgado para su estatura y vestía ropa informal de la época (pantalones marrones con tiradores, camisa blanca, boina de campo y zapatos marrones). Su tez era blanca –claramente su genética tenía orígenes europeos –, su pelo era castaño y siempre estaba desprolijo (en la época eso era inaceptable, por lo cual demostraba su rebeldía), sus ojos eran color verde apagado.
Thomas era un hombre cuya presencia imponía respeto. Medía alrededor de un metro ochenta y cinco, y –al igual que su nieto- era delgado. Siempre estaba bien vestido; le gustaba mucho usar traje, zapatos y bombín negros, con una camisa blanca. Su tez era igual que la de Juan y del mismo color su engominado pelo y bigotes. Los ojos del anciano eran iguales a los de su nieto.

- Bueno Juan, hace ya un tiempo que vengo enseñándote todo lo que sé sobre las maravillosas criaturas que viven con nosotros, los pokemon.
- Si… - asintió el chico, intrigado.
- Tengo que reconocer que siempre fuiste un buen alumno. Pero también tengo que admitir que, muy a mi pesar, te estuve ocultando algo.
El chico estaba cada vez más intrigado, asique alentaba a su abuelo a seguir.
- Como sabés, los barcos que amarran en el puerto traen personas y pokemon. Esos mismos pokemon tienen dos posibilidades: pueden adaptarse a vivir en la ciudad, o escaparse y vivir en los bosques junto a la gran mayoría de pokemon. Al haber mayor cantidad de bestias en estado salvaje, los habitantes de la ciudad se tienen que dedicar cada vez más a amaestrar pokemon y combatir con ellos contra las posibles amenazas a sus hogares o comercios. –hizo una pausa-. Parece ser que la gente de mi país natal, Inglaterra, vio su oportunidad para hacer negocios.

Juan se desconcertaba cada vez más, aunque no hacía preguntas. Sabía que, tratándose de su abuelo, lo mejor era dejarlo contar la historia de un tirón. Ya habría tiempo para preguntas. Thomas siguió:

- Mis ex colegas de Silph S.A. descubrieron la manera de incluir a los pokemon en el sistema capitalista. Se les ocurrió que, con la excusa de que haya más control, las personas que quieran combatir con sus pokemon tendrán que estar registradas. Más allá de que el registro requiera el pago de una tarifa, su negocio no termina ahí. También van a vender unas esferas del tamaño de una manzana diseñadas para que los pokemon habiten en ellas, y alentar a los “entrenadores pokemon” a capturar cuantas bestias puedan y hacerlas competir entre sí. Medicinas especiales serán fabricadas y vendidas para quien las necesite.
- Increíble, n-no sé qué decir… – titubeó Juan, pero su abuelo lo interrumpió:
- El cuento no termina ahí. Silph S.A. se dio cuenta de que si los entrenadores van a tener cada vez más pokemon en su poder sin haber formado un vínculo previamente con ellos, va a ser muy difícil que las bestias les hagan caso. Por lo tanto, encontraron la manera de hacer que los monstruos los respeten; decidieron que quien quiera esa tecnología, tendrá que ganársela en una batalla. Cuando un entrenador tenga en su poder los ocho “controladores de pokemon” o, como ellos lo llaman para que suene mejor, “medallas”; tendrá el derecho de competir contra otras personas que se encuentren en sus mismas condiciones. El ganador adquirirá fama y respeto.

Juan sabía que eso estaba mal. De su abuelo había heredado el amor por los pokemon y el respeto por las personas. Los dos pensaban que el pueblo era quien debía ser favorecido y no los mandatarios. Saber que quienes habían trabajado en el pasado con su abuelo querían privatizar el uso de los pokemon, hacía que se enojara mucho.

- ¿Q-qué vamos a hacer? – Preguntó Juan, temblando de ira.

Thomas hizo un gesto casi imperceptible. De inmediato una sombra que colgaba del techo, saltó al suelo. Desde más cerca, el chico pudo ver de qué se trataba: Una lagartija color verde de medio metro de alto, con algo de color rojo en el torso, una cola grande y verde, ojos amarillos y una pequeña rama en su boca; la mirada del pokemon era confiada. El anciano estiró su brazo para que el pokemon pudiera treparse, miró al nieto a los ojos y le respondió con una sonrisa:

- Luchar, naturalmente.[/font][/SIZE]

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Capítulo II - Búsqueda en los callejones ¡Se presenta Karai!

[spoiler][font="Verdana"][SIZE="3"]Capítulo II – Búsqueda en los callejones ¡Se presenta Karai!

Juan miró al Treecko con recelo. Esa sucia lagartija no había hecho más que atormentarlo durante su niñez, robándole comida y juguetes. Para colmo, se daba a la fuga y era imposible de alcanzar, lo cual le daba inmunidad a cualquier tipo de venganza. Odiaba a la mascota de su abuelo.

- De ninguna manera –dijo el muchacho-. No pienso luchar al lado de esa cosa.
- Es una lástima que pienses así, ya que no tenés elección.

Thomas miró primero a su nieto, luego al pokemon, y luego a su nieto de nuevo. Tras unos segundos en los que pareció debatir consigo mismo, anunció:

- Bueno, hagamos una cosa –dirigió su mirada al chico-. Solamente usá a Karai como protección por hoy. Atrapá algún monstruo que te guste, y no vuelven a relacionarse.

Juan miró al Treecko: esa horrible lagartija tenía la misma mirada altanera de siempre. Karai creía que era mejor que los demás, y el chico no soportaba que lo menosprecien.

- Está bien – sentenció- pero sólo por esta vez.

Una vez terminada la conversación, Juan agarró su mochila y estaba a punto de irse cuando su abuelo lo detuvo.

- Al decirte que atrapes un pokemon, me refería a que lo hicieras con esto.

Thomas sacó de su bolsillo una esfera metálica dividida a la mitad por una línea negra divisoria. Tenía un botón transparente en el medio y era de color rojo escarlata en la parte superior, mientras que la parte inferior era de color blanco metálico.

Juan agarró la pokeball sin pensar mucho. Su abuelo ya le había explicado –aunque muy por arriba- como funcionaban, y sinceramente no tenía muchas ganas de seguir hablando. Estaba de mal humor asique abrió la puerta y se fue. Thomas le hizo un gesto al Treecko, quien saltó inmediatamente y fue tras el muchacho.

***


El chico caminaba inmerso en sus pensamientos. ¿Qué tan hipócrita era su abuelo al utilizar el mismo método de captura que tanto criticaba, contra sus “enemigos”? Encima obligarlo a combatir junto a una lagartija… Todo le resultaba muy confuso y ajeno.
De todas maneras, tenía que cumplir con la voluntad de su abuelo, asique fue a la ciudad. Sabía que en los callejones se solían encontrar pokemon (y el muchacho quería evitar a toda costa los bosques y campos). Ni bien encontró el primero, se adentró en él.
Ironía. Juan no podía pensar en otra palabra para describir la situación. El día de su cumpleaños, el día que le fue encargada la misión, el día que capturaría a su primer pokemon, un día sumamente más importante que otros… era el día en que moriría. O al menos, recibiría una importante paliza.
El callejón era estrecho, y el chico ya se había adentrado mucho cuando los vio. Un grupo de cuatro o cinco muchachos de su edad (quizás hasta mayores), lo habían acorralado. Juan deseaba con todas sus fuerzas que sólo quisieran algunos billetes. Para colmo, el lugar estaba oscuro como boca de lobo, más allá de ser media mañana.
Fue en ese momento de desesperanza cuando se dio cuenta de su presencia. Con el rabillo del ojo, Juan pudo divisar a Karai, el Treecko, trepado a una canaleta. Los amarillentos ojos lo observaban ausentes. Quizás, sólo quizás… podría salvarse.
El muchacho miró a sus posibles agresores uno por uno, luego miró a la lagartija y gritó:

- ¡Karai! Necesito tu ayuda, por favor.



No hubo respuesta.
Los demás muchachos creyeron que estaba loco. Bastó con la señal de uno de ellos para comenzar la pelea.
El más alto del grupo se arrojó encima de Juan, con el puño derecho preparado para incrustárselo justo en la cara. El chico –que había tenido varias peleas debido a las creencias políticas de su abuelo- se tiró al piso y se apoyó sobre su brazo derecho, para inmediatamente darle una patada a su agresor en el pie de apoyo; se levantó tan rápido como pudo y vio como el grupo ayudaba a levantar al caído. Formaron un círculo en torno a él; supo que era su fin cuando vio la mirada de odio en ellos.
Esquivó, golpeó y volvió a golpear. Si bien estaba aguantando en mejores condiciones de las esperadas, no iba a seguir mucho más tiempo en pie. Aprovechó un segundo de respiro para mirar al pokemon.
Karai había sido obligado a bajar de la canaleta. Así como el muchacho había sido acorralado, el pokemon estaba a punto de ser comido por un grupo de Growlithes (que parecían ser mascotas de los pandilleros). Sin embargo, luchaba con impresionante destreza aun estando en desventaja de tipo.

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La situación general era, como mínimo, interesante. El flamante entrenador con su temporal camarada, en la misma situación; uno con humanos y otro con pokemon. Juan esquivaba golpes y patadas, mientras que el Treecko evitaba ascuas y mordidas. Ambos, inmersos en sus respectivas peleas, espiaban de reojo la lucha del otro.
Los combates fueron arrastrando tanto a entrenador como pokemon hasta el centro del callejón, hasta que quedaron espalda contra espalda. Mientras que Karai tenía mejores reflejos y esquivaba a sus agresores con elegancia, Juan tenía mayor fuerza para devolver los golpes.
La pelea era tan dura, que el muchacho no se creía capaz de seguir por mucho tiempo más. De su boca caía sangre que recorría su cuerpo como si de un río se tratase. Aprovechó un descuido de sus oponentes para tirar a uno de ellos encima de los demás. En ese momento giró la cabeza y vio al Treecko a punto de caer elegantemente sobre sus pies, sin darse cuenta de que uno de los caninos se disponía a quemarlo por la desprotegida espalda.
Lo que sucedió en ese instante aún escapa a cualquier tipo de explicación lógica que Juan haya querido darle (¿Ética? ¿Moral? ¿Amor a su abuelo?). Como si fuera lo más normal del mundo, se tiró cual guarda espaldas e interceptó el ataque del Growlithe, que –más allá del dolor- no hizo más que dejarle unas marcas en la espalda al chico. Al parecer, eso golpeó el orgullo de Karai quien, en un intento de no parecer inferior al muchacho, se enfrentó a los pandilleros él solo. Con su destreza y habilidad para esquivar cualquier golpe dado por los humanos, los dejó rápidamente fuera de combate.

- Presumido – comentó Juan al ver lo que había sucedido, aunque era obvio que se había quedado impresionado. No conocía las dotes de batalla del Treecko.

Entre ambos, rápidamente se despacharon a los caninos escupe fuego (el muchacho pareció “olvidarse” temporalmente de lo mal que le parecía golpear pokemon) y se dieron a la fuga del lugar.
No querían pasar un segundo más en ese infierno.

***


Entrenador y pokemon volvían a su casa por las calles de la ciudad cuando, aparentemente de la nada, un Growlithe apareció en el aire (podría suponerse que estaba en pleno salto); embistió a Karai, y se lo llevó consigo al interior de otro callejón. La acción transcurrió demasiado rápido como para que Juan pudiera impedirlo. El muchacho –más por instinto que por otra cosa- se lanzó a la persecución de la mascota de su abuelo.
Cuando el chico llegó al lugar donde se encontraba Karai, creyó que nunca había pasado tanto tiempo en callejones como ese día. Tendido en el piso, entre una abrumante cantidad de caninos, se encontraba la lagartija verde, totalmente a su merced. Cuando Juan llegó a su rescate, creyó tener un déjà vu; inmediatamente un círculo de canes se cerró alrededor suyo.
La única esperanza de salir vivo que le quedaba al muchacho era pelear junto al Treecko, asique –más allá de disfrutar verlo en ese patético estado-, fue a su rescate. A base de patadas, Juan se hizo camino hasta la lagartija y logró que sus atacantes se alejaran a más o menos un metro de ellos; manteniendo los Growlithes el círculo infernal.
Juan miraba a esos odiosos perros. Si alguien le hubiera preguntado, él habría respondido que parecían ser las mismísimas mascotas de Satán. El pelaje de color naranja fuego con rayas negras, la melena y cola desaliñadas, los colmillos desafiantes y esa mirada intensa… por alguna razón –probablemente el hambre-, esos sarnosos tenían sed de sangre. Sangre y venganza.
Así sin más, comenzó la feroz batalla.
Los Growlithes atacaban a diestra y siniestra, algunos escupían fuego, otros buscaban conectar poderosos mordiscos y otros simplemente rugían. Mientras Juan le pateaba el hocico y dejaba inconsciente a un can especialmente insistidor, pensó que de haber un infierno, ya se lo había ganado; y perros como estos lo esperarían en la puerta.
Lo más molesto de esa pelea, era sin dudas el hecho de estar tan expuesto al fuego. Claro que, si a él le molestaba, seguramente a la lagartija también; dicho pensamiento llevó la mirada del muchacho al Treecko.
Karai parecía otro pokemon. Si bien se defendía a duras penas, se notaba en su cara que se sentía totalmente intimidado por esos sarnosos perros; lo cual estaba mal, muy mal.

- ¡Hey, lagartija! Más te vale que salgamos de esta, eh. Thomas nos está esperando.

Las palabras recién pronunciadas por Juan parecían hacer eco en la cabeza del pokemon... Thomas. Debía luchar por él. Ese había sido el único humano que en vez de querer cazarlo o tirar abajo el árbol donde vivía, lo dejó tranquilo; no sólo eso, sino que también le había dado comida y protección cuando fue necesaria.
Como si de magia se tratase, Karai levantó repentinamente la cabeza y miró desafiante a sus oponentes. La chispa en sus ojos había vuelto, y con ella, la fuerza y determinación de la criatura.
El muchacho se secó un hilo de sangre que le caía por la boca. Era sangre ya espesa, casi sólida, vieja.

- Hagámoslo.

Humano y pokemon, con la misma motivación –aunque sin trabajar en equipo ni nada parecido- se cargaron a cuantos canes había en el callejón. Estaban bastante cansados y sus huesos parecían pedir a gritos que se detuvieran, pero lo lograron. Pudieron sobrevivir a ese brutal ataque de Growlithes.
Jadeantes, Juan y Karai caminaban con destino a la calle cuando escucharon un feroz rugido a sus espaldas. El sonido parecía venir de las mismísimas profundidades del Infierno, era un ruido que erizaba la piel.
Cuando se voltearon pudieron ver, subido a una pila de bolsas de basura, a un Growlithe mucho más grande que los demás. Esa bestia imponía –cuando menos- respeto.
El muchacho se puso en posición de pelea, dispuesto a enfrentarlo, pero la lagartija le hizo una seña con la mano para que se quedara en su lugar. La pelea, ya fuera por sentimientos o por la desafiante nueva amenaza, se había convertido en algo personal para Karai.
El Growlithe saltó cerca de donde estaba la lagartija, dispuesto a convertirlo en su alimento. No, no era sólo hambre, era también honor y orgullo. Claramente esa bestia canina quería vengar a las caídas en combate.
Tanto el perro como el Treecko se miraban fijamente, intentando leer los pensamientos del otro. Si bien no había comenzado la pelea, Juan sentía la tensión en el aire como quien siente la niebla o el miedo.
Karai se lanzó al ataque primero. Sin dudar ni un segundo, y sin bajar la mirada, corrió con una velocidad increíble hasta donde se encontraba su oponente. Una vez que lo tuvo en su rango de ataque, la lagartija giró sobre sí misma y le dio un fortísimo golpe con la cola al can, quien lo recibió de lleno.
El Growlithe sintió ese golpe en lo más profundo de su orgullo. Se incorporó de inmediato y, aprovechando la proximidad de la lagartija, le escupió una bocanada de ascuas que le dejaron muchísimo daño en la escamosa piel.
Usando su cerebro tan rápido como ameritaba la situación, el Treecko no perdió tiempo y trepó por una de las paredes que tenía cerca. Errado como quien cae en una trampa, el can apoyó sus patas delanteras en la misma pared y escupió brasas hacia arriba. Karai aprovechó la oportunidad y se dejó caer, a una velocidad que daba vértigo, conectando un poderoso ataque destructor en el lomo del perro.
Si bien el Growlithe tenía muchísimos deseos de moverse, no podía. La lagartija se dio cuenta de eso y volvió a trepar por la pared, con intenciones de impactar nuevamente en el lomo del infernal canino. Sin embargo, cuando se encontraba en plena caída –con su objetivo entre ceja y ceja-, un objeto que no supo reconocer impactó en el perro de fuego. Luego de impactar y rebotar, ese objeto (¿Una esfera?) se abrió y una luz roja salió del mismo. La luz envolvió al can, quien se convirtió en luz y entró en la misteriosa esfera. Claro que todo esto sucedió a una velocidad tal, que cuando la lagartija quiso corregir su rumbo ya era tarde, y se dio un durísimo golpe contra el suelo.
Juan se acercó lentamente, como si disfrutara cada paso que daba, hasta estar al lado de la maltrecha bestia. Se agachó con toda la paz del mundo, recogió la esfera y la guardó en uno de sus bolsillos. El muchacho miró con malicia y placer a Karai, y le dijo:

- ¿Qué? ¿Querías acabar con él?

El Treecko lo miró con odio, pero estaba muy cansado como para reaccionar agresivamente. Se levantó trabajosamente y empezó a caminar, junto a Juan, de vuelta a casa.[/SIZE][/font]
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Capítulo III - La lista de los siete

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[SIZE="3"][font="Verdana"]Capítulo III - La lista de los siete

Juan estaba sentado en una enorme ventana de madera, mirando hacia afuera. El panorama era de una calma abrumadora. Desde donde estaba, podía apreciar un bosque que se extendía hasta donde la vista podía llegar. Una suave brisa susurraba al oído del muchacho, templando la temperatura hasta lograr un clima agradable, parecía que la noche estaba allí sólo para él. Tapándole la vista se encontraba, como si de una molestia se tratase, un viejo roble; dicho árbol había estado ahí hacía cientos de años (a juzgar por su tamaño y fuerza). Juan no podía imaginarse su casa sin él.
El chico alzó la vista y miró hacia el cielo. El firmamento estaba plagado de estrellas. La luna, distante, ofrecía su luz como guía a quien la necesitase. Un recuerdo fugaz pasó por su mente, pero le restó importancia. Revisó su bolsillo derecho, y del mismo sacó una caja de cigarrillos y otra de fósforos. Se llevó un cigarro a la boca y encendió la cerilla raspándola con su zapato. Ya se encontraban ambas cajas de vuelta en su bolsillo, y le había dado dos o tres pitadas a su Jockey Club, cuando sintió la presencia de Thomas a sus espaldas.

- Sabés, ese Growlit-
- Ares – interrumpió Juan.
- ¿Qué?
- Ares. El perro se llama Ares.
- Da igual. Ares es uno de los pokemon más fieles y leales que existe. Sólo dale un poco de comida y va a aceptarte como su maestro.
- Está bien.
- Juan, vas a necesitar un arma.

El muchacho tenía la mirada ausente. Si bien parecía que estaría concentrado en cualquier cosa menos en la conversación, su mente analizaba atentamente la última oración dicha. Necesitaría un arma. Y la necesitaba porque iba a matar.

- Sí, es verdad. Había pensado en usar el viejo hacha que tenemos para cortar leña.
- No, no. Olvidate de ese vejestorio. Te traje algo.

Thomas le dio una caja de madera a su nieto. La misma era notoriamente vieja y había juntado polvo durante algunos años. Tenía detalles grabados y una pequeña traba metálica. Juan la abrió y vio el contenido.
Era una hermosa pistola del siglo diecinueve. Tenía un solo cañón, y era de metal con empuñadura de madera. Si bien se notaba que tenía unos cuantos años, parecía haber sido muy bien cuidada y hasta recientemente pulida.

- ¿Sabías que nunca antes usé un arma de fuego, no?
- Lógicamente. Por eso es que vas a practicar los próximos días.

El muchacho le dio una pitada al cigarrillo. Estaba intentando descifrar en qué momento su vida tomó la determinación de acercarlo a la muerte. ¿Había sido el día en que su abuelo le contó sobre la privatización pokemon? No, había sido mucho antes. ¿Había sido la primera vez que tuvo que defender su vida a fuerza de puños? No, tampoco. Quizás el día de su nacimiento, cuando su madre murió y su padre se dio a la fuga. Sí, había sido ese mismo día, pero no en ese momento. Su vida tomó la obstinada decisión de acercarlo a la muerte, el día en que nació, en el preciso momento en que su abuelo se hizo cargo de él.
Tiró la ceniza de su cigarro por la ventana, y le dio otra pitada. Tendría que matar a un hombre (que en su imaginación era grande y gordo) con una pistola, un canino escupe fuego y –aunque le costaba admitirlo – una lagartija. Definitivamente necesitaba mejorar su puntería.

- ¿Y… cómo se supone que tengo que proceder? ¿Voy a la oficina de Silph S.A. y mato a todos los que estén ahí?
- No seas tan insensato, obviamente tengo un plan. Los hombres que están a cargo del proyecto son siete. Ocho, si contamos al pez más gordo. Hay dos que son expertos en el combate pokemon, y tres que ni siquiera los utilizan para su protección. Naturalmente, vas a empezar por los más inexpertos –el anciano hizo una pausa en la que buscó y sacó algo de su bolsillo -. Tomá, hice una lista. Tiene sus nombres y la dirección del lugar donde viven. Ninguno tiene familia.

Thomas extendió su mano con dicho papel en ella. Juan estiró el brazo y la agarró. Ojeó los nombres muy por arriba y volvió a sumergirse en sus pensamientos. Sólo podía imaginar a esos nombres como personas que eran asesinadas una y otra vez.

- Vas a tener que decirle a Karai que me haga caso.
- No, vos mismo tenés que ganarte eso. Quedate tranquilo, vas por buen camino.

Ante la confusa mirada de su nieto, agregó:

- Es obvio que hace unos días pelearon codo a codo. Se notaba desde lejos. Ese Treecko es bastante orgulloso, pero tiene buen corazón. Tarde o temprano se van a terminar entendiendo. Confiá en mí.

“Confiá”. Confiar. Confianza. El chico no había hecho nada más que confiar en su abuelo durante todos estos años. Confió en lo que le enseñó acerca de la política, y de los derechos y valores de las personas. Siguió confiando en él cuando recibió el primer puñetazo, y también cuando conectó el primer gancho en respuesta. Incluso confió en su abuelo cuando las personas empezaron a murmurar cada vez que se acercaba, y cuando dejaron de dirigirle la palabra.
Juan no se arrepentía de confiar en su abuelo. Después de todo, era el único que no le dio nunca la espalda. Era el único que le dio comida y refugio. Le dio educación y amor.
Sin embargo, todo esto de los pokemon había puesto su confianza en jaque. Es verdad que la situación estaba totalmente en contra de todo lo que ellos defendían. ¿Pero hasta qué punto la vida de ocho personas y quién sabe cuántos pokemon valían menos que sus ideales? Le dio una pitada a su Jockey Club.

- Si seguís fumando, te vas a morir – comentó Thomas, a modo de juicio-.

El muchacho sonrió irónicamente. Inclusive ahogó una risa.

- Supongo que es un riesgo que estoy dispuesto a tomar.

El anciano estaba a punto de irse, cuando un segundo de duda lo hizo pensar y su semblante cambió. Se veía preocupado. Hacía mucho que el chico no veía esa cara.

- Me parece que no viste la lista con mucha atención. Y quizás debiste haberlo hecho. Hay un nombre que… no creo que te guste mucho.

Juan la miró de nuevo, pero esta vez con más atención. Inmediatamente entendió a lo que se refería su abuelo. Los últimos dos artículos de la lista eran pseudónimos. Siendo el anteúltimo, el que más lo preocupó. Sus ojos se abrieron como platos.



- No.
- Veo que ya te diste cuenta. Lamentablemente es cierto.
- N-no…

El muchacho parecía haber perdido el control. Todo su cuerpo se tensó de repente, con los ojos fijos en ese nombre.

- No puede ser.

El séptimo lugar en la lista rezaba: Kiburu. Kiburu era un chico de su edad, quizás uno o dos años mayor. Era un muchacho japonés que se había mudado recientemente desde su país de origen. De él no se sabía mucho, incluso había gente que no creyera que existiera.
Se decía que Kiburu había tomado el control de todo el crimen organizado (o “mafia”, como le decían los inmigrantes italianos) de la provincia en unos cuantos días. Se decía que tenía una espada tradicional japonesa (“katana”) y –a diferencia de los guerreros samurái – la utilizaba sola, sin la espada más pequeña (“wakizashi”) como apoyo.
En Japón ya se habían privatizado los pokemon hacía años. Chicos y adultos de todas las edades capturaban y combatían con las bestias. Kiburu no era le excepción, y habiéndose criado desde su nacimiento en ese sistema, era experto en el combate y adiestramiento de monstruos.
No tenía familia, asique no tenía nada que perder. Nada por lo que morir. No tenía nada, y al mismo tiempo lo tenía todo. Se comentaba en las calles que sus ojos eran de furia, de muerte, de miedo.

- Acordate que tenés que entrenar tu puntería y darle de comer al Growlithe. Ah, y Juan… – Thomas hizo una pausa – suerte.

Después de su sentencia, el anciano abandonó la habitación. Se fue sin darse cuenta que su nieto seguía en la misma posición.
Juan estaba totalmente tenso y mirando la lista. Sabía que iba a tener peleas de vida o muerte, pero no había sentido tan cercana la posibilidad de morir hasta ese momento. Mierda, se moría de miedo.
El cigarrillo se deslizó entre los dedos del muchacho y cayó a través de la ventana. Si alguien hubiera estado mirando desde lejos, podría haber visto –a través de la negra noche -, un débil resplandor rojo que se acercaba lentamente al suelo. Justo en la mitad de la caída, se podría haber apreciado un brillo amarillo que duró una fracción de segundo. Una ráfaga de aire y sensación de movimiento, para que posteriormente desaparezca el cigarro de la vista.
Si alguien hubiera estado mirando, habría jurado que algo agarró el Jockey Club a mitad de camino. Algo o -quizás-, alguien. [/font][/size]

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Capítulo IV – Horacio Méndez

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[SIZE="3"][font="Verdana"]Capítulo IV - Horacio Méndez


Las últimas semanas habían pasado más rápido de lo que Juan habría querido. Las imágenes de los hechos pasaban por su mente como recuerdos fugaces. Su vida dependía del poco entrenamiento que había tenido esos últimos días.
Lo que más le costó fue aprender a manejar la pistola. Era pesada la muy hija de puta. Sin embargo, después de un par de días de dispararle a algunas latas en el patio de su casa, se auto convenció de que estaba listo para usarla.
También se había dedicado a fortalecer su lazo con Ares. Era verdad que el can aceptaría los roles de amo y mascota con facilidad, pero eso no implicaba que lo respetara ni que supieran trabajar en conjunto. Juan tuvo que aprender a dar órdenes y pensar estrategias. Las enseñanzas de su abuelo fueron claves para poder embarcar ese tema.
Las batallas fueron entretenidas, ya que Karai se había decidido a demostrar que podía derrotar a Ares de nuevo, mientras que el perro no se había olvidado de la última batalla y quería reivindicarse.
Aun así, el evento que se grabaría a muerte en su memoria, sería un diálogo que tuvo con el Treecko.

//FLASHBACK//

Atardecía. El cielo naranja resultaba agradable a la vista. Una brisa fresca jugaba con el pelo de Juan, quien se encontraba al pie de un enorme árbol. En una de las ramas, recostado y pretendiendo ignorar al muchacho, estaba Karai.

- Pss. Lagartija.

El reptil miró de reojo, con su habitual soberbia.

- Sé que no nos llevamos muy bien. Y, creeme, no quiero cambiar eso. Pero mi abuelo… él confía en nosotros. ¿Sabés? – El muchacho apretó el puño derecho y miró hacia abajo. – Es nuestro deber cumplir su sueño. Thomas ya está viejo, no puede solo. No, no podría. Él… él es muy importante para mí. Y sé que para vos también.

Karai no se inmutó.

- Si hacemos esto bien… si triunfamos… quizás las cosas vuelvan a ser como eran antes. Y no digo como hace unas semanas. Quiero decir que con un poco de suerte, el abuelo vuelva a ser como era hace un tiempo. Toda esa oscuridad y malas vibras no serían nada más que recuerdos. En fin, mañana tenemos que ir por el primer objetivo. Espero que me des una mano. Odio admitirlo, pero te necesito.



- Tengo miedo ¿Sabés? Mucho miedo. Sé que en algún momento voy a tener que enfrentarme a esa máquina de matar y me pone muy nervioso. Pero hice un juramento, y también te lo juro a vos. Juro hacerme más fuerte, tanto como sea necesario. Ese bastardo no va a saber qué lo mató.

Juan se quedó un rato mirando el horizonte. No sabía si había intentado convencer a la lagartija o a sí mismo. Pero una cosa era segura, en un par de horas iban a tener que velar el uno por el otro.

//FLASHBACK//

***


Esa fría mañana, Juan caminaba por la calle semi desierta. No estaba seguro de qué lo esperaba asique decidió viajar ligero. En un bolsillo guardaba sus cigarrillos y fósforos, mientras que en el otro llevaba la pokeball de Ares y la pistola. En la mano derecha tenía la lista. Por alguna razón le daba seguridad revisarla una y otra vez, como si de esa manera impidiera que otro nombre se volviera igual de peligroso que el de Kiburu. Karai lo seguía desde atrás.
Después de caminar un buen tramo, llegó a la dirección que decía en el pedazo de papel.

- Imposible – murmuró.

Desde afuera, el lugar daba miedo. Claro, cómo podría inspirar confianza si era una jodida iglesia. No era muy grande, pero tampoco muy chica. Estaba rodeada por una cerca de madera y, por alguna extraña razón, por niebla. Un cartel en la puerta rezaba: “Iglesia: Nuestra sagrada familia”. Estaba en un estado deplorable, era obvio que carecía de cuidado hacía años. Parecía que los rumores de que estaba abandonada eran ciertos.
El muchacho se acercó a la puerta con cautela. Apoyó la mano en el picaporte y se dio el lujo de dudar por un instante. Sin embargo sabía que no podía acobardarse, no ahora. Tomó coraje y se abrió paso hacia lo que él intuía como el preludio que desenlazaría en su réquiem.
De ser posible, el lugar era aún más aterrador por dentro. Dos filas de viejos bancos de madera se extendían hacia adelante, en el espacio que había entre la puerta y el altar. Entre las hileras de asientos había espacio suficiente para que pudiera pasar una persona ancha. El sagrario era de piedra, al igual que el piso y paredes. En una esquina alejada, colgaba una jaula con algún tipo de ave azul en pésimo estado. La oscuridad y niebla inundaban el lugar. La idea de huir volvió a aflorar en la mente de Juan.

- Hora… Hora… - la voz del muchacho se oía frágil y quebradiza.- ¿Horacio Méndez? Horacio ¿Está usted acá?



No hubo respuesta. No verbal, al menos. Sin embargo, a la distancia se podía notar una silueta bastante grande acercarse. Y en cada paso se agrandaba más y más. Cuando finalmente estuvo a una distancia prudencial del chico, una voz se hizo presente.

- Pocos se atreven a venir a este lugar. Verás… por alguna razón intuyen que hay alguna maldición en la iglesia. Es curioso, ya que nadie se queja cuando hago el trabajo sucio para los extranjeros.

Juan no podía distinguir perfectamente a su interlocutor pero podía adivinar su forma a grandes rasgos. El hombre le sacaba una cabeza, y era ancho como dos personas. Llevaba una vieja túnica de monje de siglo dieciséis aunque no tenía la capucha puesta. Al parecer era calvo y –aunque no se podían distinguir las facciones de su rostro- el muchacho juraba estar viendo un par de ojos rojos resplandeciendo a través de la niebla. La puta madre, era grande y gordo como se lo había imaginado.

- Horacio Méndez – empezó a decir Juan, esta vez con un poco de falsa convicción en el tono de voz -, sepa usted que vine a hacer justicia para los Rojos. Este asesinato es político y tiene un mensaje. Un mensaje de revolución.

Apenas concluyó el chico la frase, el hombre se echó a reír exageradamente. La carcajada inundaba el lugar, y el eco de la iglesia le daba un tono lúgubre que erizaba la piel.

- Muchacho, o sos muy valiente, o muy estúpido. Dale, vení. Quiero ver qué tenés.

La incertidumbre inundaba cada vez más los pensamientos de Juan. El tipo era gigante y parecía estar muy confiado. Teniendo en cuenta que Karai había desaparecido al entrar al templo, sólo contaba con la pistola.

- Carajo – murmuró el chico.

Juan sacó la pistola de su bolsillo y la colgó en la parte de atrás de su pantalón, con el cañón dentro de su ropa pero la empuñadura afuera, lista para ser utilizada. Con un poco de suerte, la niebla había camuflado su acción. Luego de debatirse consigo mismo si ir a pelear contra Horacio o no, actuó como su instinto le dictaba.

- Grow.

El resplandor de la pokeball al liberar al pokemon duró un instante, pero iluminó lo suficiente para confirmar el hecho de que el tipo tenía los ojos de color rojo sangre.

- ¡Ares, quemalo con Ember y después mordelo! Confío en vos.
- Growlithe.

La mirada del perro era de temer. Se notaba su sed de sangre desde lejos. En algún rincón del cerebro del muchacho, agradecía haberse encontrado con un can tan violento.
Ares escupió fuego por sus fauces, pero –como sucedió con los Growlithes que habían atacado a Juan aquella vez- no hizo más que presentarle una molestia a Horacio, quien recibió el intento de mordida del perro con una tremenda patada en el lomo del pokemon.

- Pibe, sos un cagón. Creí que ibas a pelear vos. No te preocupes, ya te va a tocar.

Acto seguido, el hombre se disponía a conectar otra patada contra el Growlithe, cuando algo lo golpeó en la espalda haciéndole perder equilibrio. Ares aprovechó ese momento para incorporarse y alejarse de la mole que había puesto su atención en no caerse.
A ambos lados de Méndez, Karai a la izquierda y el canino a la derecha estudiaban a su oponente, esperando instrucciones.

- ¡Ares, Helping Hand!

El perro comenzó a ladrar, lo cual llamó la atención del tipo y descuidó su espalda. Si bien el Growlithe recibió otra patada de lleno en sus costillas, la lagartija –quien parecía haber tomado fuerzas del aliento de su compañero- se colgó de la espalda de su oponente y con la boca comenzó a succionarle líquidos vitales.

- La reputísima madre. Me cansaron – La sentencia, si bien inspiraba temor, notaba un dejo de dolor en la voz de Horacio-.

Con impresionante velocidad para alguien tan grande, el hombre le dio una última y violentísima patada al can. Ares no pudo esquivarlo debido a sus huesos rotos, y derrapó hasta la otra punta de la iglesia. Después de eso, el hombre se zarandeó hasta que Karai perdió el agarre y cayó al suelo.

- Lagartija de mierda.

Méndez le dio una paliza a puño limpio al Treecko, quien no pudo escapar. Cuando el tipo creyó que ya había causado suficiente daño, le quebró el brazo derecho y también lo pateó lejos.

- Ahora es tu turno, pendejo. ¿Pensabas que te podías cubrir atrás de tus bichos? Cagón.

Juan estaba muerto de miedo. Ahora iba a morir, este hombre lo iba a matar, estaba seguro. Pero no, no podía terminar todo ahí, algo tenía que poder hacer.

- Soy un idiota – dijo para sí mismo el chico.

Llevó una mano a su espalda y tomó la pistola. Sabía que ya estaba cargada, sólo tenía que apuntar y disparar, y el problema se acabaría. ¿Cómo no había pensado en eso antes?
La mole se acercaba a paso lento, pero firme. Desde donde estaba no podía distinguir el arma en las manos del muchacho. El eco de sus pisadas retumbaba por todo el lugar.

TUM. TUM. TUM.

Juan apuntaba a Horacio, lo tenía en la mira. Mierda, ¿Por qué temblaba tanto? El poco pulso que tenía hacía que perdiera el objetivo, a pesar del tamaño que tenía. Además, la niebla y la oscuridad no ayudaban para nada. Carajo.

PUM.

El ruido del cañón al ser accionado y el de la bala atravesando la oscuridad, empaparon los oídos de quienes se encontraban allí presentes. Le había errado. El hombre se reía a carcajadas de nuevo.

- No puedo creerlo. ¿Tenías un arma y no la usaste hasta ahora? Encima tenés tan mala puntería que le erraste. Dejame adivinar, estás temblando ¿No?
- Mierda, mierda, mierda.

El muchacho temblaba de la desesperación. Tenía que cargar de nuevo el arma tan rápido como le fuera posible. La puta madre. Revolvió sus bolsillos y se le cayó todo lo que tenía en ellos. ¡Idiota! Si ahí no estaban las balas.
Se agachó y sacó de su media derecha una pequeña caja llena de balas. El pulso lo estaba traicionando, temblaba demasiado. Al abrir el estuche, los proyectiles cayeron y rodaron en todas las direcciones. El pánico inundaba a Juan. Mierda, tenía que agarrar una y cargar su pistola cuanto ant-
El chico no pudo terminar de pensar la frase, ya que una violenta patada le dio de lleno en la mandíbula. No había terminado de caer, cuando otra le dio en el pecho. Rodó hacia atrás. Juan intentó levantarse trabajosamente, pero su oponente ya lo había agarrado del cuello de la camisa. Horacio lo levantó hasta que las cabezas estuvieron a la misma altura. Se cruzaron las miradas. Desesperación por un lado y demente satisfacción por el otro.

- A ver, pibe. Si me pedís perdón puede que te deje salir con vida… quizás. Pero tiene que sonar convincente eh, nada de medias tintas. Quiero escuchar como rogás por tu vida.

Juan hizo un esfuerzo descomunal para mantenerle la mirada. Miró por un segundo al tipo y abrió la boca. Pero no la abrió para pedir disculpas, sino que le escupió una gran cantidad de sangre en la cara a Méndez; quien volvió a estallar en carcajadas.
Sin dejar de reír, el hombre tiró al muchacho al piso y comenzó a darle una paliza a puño limpio. Un golpe, y otro golpe, y otro, y otro. El ruido de los nudillos rompiendo huesos era amortiguado por la risotada que se escuchaba en toda la iglesia. Hasta que paró.

- ¡Qué tonto que soy! ¿A dónde están mis modales? – preguntó al aire Horacio, seguido de una patada descomunal que hizo barrer al chico hasta la pared más cercana – Esta es una visita política. ¡Casi me había olvidado! No puedo matarte sin darte un último deseo… ¿No? – una macabra sonrisa se había dibujado en la cara de Méndez.

Juan hizo un esfuerzo descomunal para incorporarse, pero el extremo dolor que sentía, sólo le permitió sentarse con la espalda apoyada en la pared. Asique así se terminaba todo. Sólo tenía dieciséis años y estaba a punto de morir… pensar que le tenía miedo a Kiburu. Recordar eso le causaba una sensación cercana a la diversión.
La secuencia de su vida pasó ante sus ojos. No estaba seguro si era porque estaba por morir, o por los litros de sangre que había perdido, pero hasta le pareció ver a Ares caminando dificultosamente detrás del gigante. Asoció esa visión con el recuerdo de la pelea y dejó que el pensamiento se perdiera entre los demás.
El muchacho había perdido toda esperanza posible, aunque un recuerdo fugaz lo hizo pensar en algo. El dolor de cabeza era intolerable, encima el gordo seguía gritando.

- Te hice una pregunta mocoso. ¿Cuál es tu último deseo?

Una idea pasó por la cabeza de Juan.

- Dale, no tengas miedo, quizás hasta te lo cumpla como diversión personal.
- B-b-bueno… -la voz del muchacho salía casi sin fuerza, no había hablado en mucho tiempo y se encontraba muy débil.

Recuerdos de Thomas dándole clases sobre los pokemon pasaron por la memoria del chico.

- Me gustaría… me gustaría un último cigarrillo.

Debilidades, resistencias, tipajes.

- ¿Cómo no? – El hombre tenía una macabra sonrisa plasmada en la cara. La situación lo divertía mucho. Estaba disfrutando.

Horacio sacó un cigarrillo y un Zippo del bolsillo de la túnica. Colocó el cigarro entre los labios de Juan y le dio fuego con el encendedor. El chico le dio una pitada, con una dificultad pasmosa para respirar.
Habilidades, ataques, naturalezas.

- Disfrutalo pendejo. Cuando lo termines, te mato.

El muchacho estaba cara a cara con Méndez, quien se había agachado para estar a su altura. Juntando todas sus fuerzas, Juan hizo un movimiento con su cabeza y escupió el cigarrillo; que salió dirigido con bastante fuerza hacia donde estaba el ojo izquierdo de su verdugo. Pero claro, alcanzó con un rápido movimiento para esquivar el cigarro. El tipo se echó a reír de nuevo.

- ¡Qué divertido! Seguís queriendo atacarme aun estando a punto de morir. No es que una quemadura de cigarrillo me fuera a matar, pero valoro la intención. Va a ser una lástima tener que matarte, pero no quiero que me quemes la iglesia o algo así si te dejo vivir.
- G-g-gordo… el cigarro… no te lo tiré a vos.
- ¿Eh? – desconcertado, Méndez se dio media vuelta para ver qué había pasado con el cigarrillo.

Todo pasó demasiado rápido. Primero, el hombre vio al Growlithe, muy dolorido pero con fuego en los ojos; de hecho, tenía fuego en todo el cuerpo. Parecía que las brasas del cigarro lo habían tocado y le dio mayor poder de combustión. Sin dejar pasar ni un instante, Ares lanzó una bocanada de fuego tan poderosa, que calcinó la cabeza del tipo en segundos. Finalmente, el perro le mordió y despedazó la cara a Méndez, en un festín de sangre y carne cruda.
Lo que más daba miedo, es que el hombre no llegó a morir con el golpe de calor, y se escucharon sus gritos en el primer par de mordiscos que le dio el can.

***


Con más trabajo del que había imaginado, Juan salió de la iglesia. Entre Karai y Ares habían podido bajar la jaula que estaba colgada adentro. El muchacho, por su parte, recogió todas sus cosas y el encendedor del gigante antes de salir.
A Horacio Méndez le habría resultado irónico el desenlace que le dio Juan a la situación. Tirado en una lomada que se encontraba a distancia prudencial del templo, el muchacho tachó el primer nombre de la lista con su propia sangre. De fondo, se oía el crepitar de la madera al ser consumida por el fuego. La iglesia ardía como el mismísimo infierno.[/font][/size]

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Gonzaa
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Gonzaa »

Arranco con lo que sería la introducción al fic:

Prólogo

[spoiler][SIZE="3"][font="Verdana"]Prólogo

La tarde porteña era tranquila. Buenos Aires siempre tuvo esos característicos bares de mala muerte donde los borrachos se juntaban a contar historias, y este no era la excepción. “La taberna de Slowpoke” decía el cartel en la puerta.
El lugar era sencillamente feo. A pesar de no haber anochecido todavía, muy poca luz se filtraba por las persianas cerradas del bar. Todo allí parecía haber sido nuevo hacía ya muchos años. Una sola persona atendía la barra.
Un hombre entró con mala cara y se sentó frente al barman; pidió una cerveza.

- ¿Por qué esa cara? – Preguntó mientras sacaba una botella de la heladera.
- Mi Charizard no me hace caso y lo necesito para volar a Mendoza – respondió el cliente.
Esas palabras parecieron haber despertado algo, o a alguien. A la derecha del dueño del Charizard, un hombre de mal aspecto y olor a alcohol del siglo pasado, comenzó a hablar.
- ¿No te hace caso? Eso antes no era un problema. De hecho, el control de carácter de los pokemon –entre otras cosas- tiene su historia. Acá mismo, en Buenos Aires, hubo una especie de guerra de uno contra muchos allá por los años veinte.
- No tengo idea de quién sos, pero captaste mi atención. Además necesito distraerme con locura. De casualidad, ¿No te sabrás esa historia? – Preguntó con notable interés el hombre de la cerveza.
- ¡Claro que la sé! Pero te va a costar otra de esas que estás tomando.
Mientras esperaban que el barman trajera la otra cerveza, se presentaron. El dueño del Charizard se llamaba Ricardo, y su interlocutor, José. Una vez que ambos tuvieron su bebida consigo, el cuento empezó; no sin antes una aclaración.
- La historia que te voy a contar trata de Juan, un joven nacido acá mismo pero hace muchos años. El muchacho tenía una relación muy especial con su abuelo, quien lo había cuidado desde el nacimiento; su abuelo era mal visto por el gobierno de turno por ser algo así como un socialista. Hablando de eso, el Presidente era del partido Radical, no recuerdo si era Yrigoyen o Alvear. Teniendo en cuenta quien estaba al poder; puedo decirte que, como dije antes, la historia transcurrió alrededor de mil novecientos veinte.

Si bien todo esto de las anécdotas entretenía a Ricardo, no sabía si creer o no lo que decía José. Intercambió una mirada con el barman, quien con los ojos le dio a entender que le siguiera la corriente, y así lo hizo.
Lo que ni Ricardo ni el barman sabían, era que José sabía muy bien de lo que estaba hablando porque era nieto del famoso Juan de Buenos Aires, conocido en las calles como el primer entrenador pokemon certificado de la ciudad. Su leyenda contaba de actos de rebeldía y era un modelo a seguir para los jóvenes que rechazaban el orden establecido.
Juan de Buenos Aires, era la más grande bandera en contra del sistema.[/font][/SIZE]
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Capítulo I - El inicio

[spoiler]

[SIZE="3"][font="Verdana"]Capítulo I – El inicio

Un barco amarró en el puerto de Buenos Aires donde hombres y pokemon trabajaban a la par para ayudar a bajar la mercadería situada a bordo. La fría mañana no inspiraba precisamente a los marineros y mucho menos a los monstruos que los ayudaban. Eran bestias con forma similar a la humana, de color gris y músculos marcados. Líneas rojas podían apreciarse en sus brazos al igual que protuberancias sobre sus cabezas; sin embargo, lo que más llamaba la atención, era el cinturón amarillo que tenían puesto. Los Machoke llevaban únicamente las cargas más pesadas. Todas las cajas eran llevadas a un enorme edificio en construcción que estaba cerca del puerto.

***


En las afueras de la ciudad se encontraba una hermosa casa de la época donde vivían Juan y su abuelo Thomas. Ambos estaban en la mesa del comedor, desayunando.

- Feliz cumpleaños Juan – felicitó Thomas a su nieto.
- Gracias abuelo, igual sabés que no me gustan estas fechas; sólo sirven para hacerme acordar a la muerte de mi mamá.
- Si, es verdad. Igual este año vas a tener tu cabeza ocupada. Ya tenés dieciséis años y sos lo suficientemente grande como para que te cuente cómo son las cosas en realidad.
- ¿A qué te referís? – Preguntó intrigado Juan.

El chico era igual que los demás de su edad. Tenía una altura promedio, supongamos que rondaba el metro setenta, metro setenta y cinco; era delgado para su estatura y vestía ropa informal de la época (pantalones marrones con tiradores, camisa blanca, boina de campo y zapatos marrones). Su tez era blanca –claramente su genética tenía orígenes europeos –, su pelo era castaño y siempre estaba desprolijo (en la época eso era inaceptable, por lo cual demostraba su rebeldía), sus ojos eran color verde apagado.
Thomas era un hombre cuya presencia imponía respeto. Medía alrededor de un metro ochenta y cinco, y –al igual que su nieto- era delgado. Siempre estaba bien vestido; le gustaba mucho usar traje, zapatos y bombín negros, con una camisa blanca. Su tez era igual que la de Juan y del mismo color su engominado pelo y bigotes. Los ojos del anciano eran iguales a los de su nieto.

- Bueno Juan, hace ya un tiempo que vengo enseñándote todo lo que sé sobre las maravillosas criaturas que viven con nosotros, los pokemon.
- Si… - asintió el chico, intrigado.
- Tengo que reconocer que siempre fuiste un buen alumno. Pero también tengo que admitir que, muy a mi pesar, te estuve ocultando algo.
El chico estaba cada vez más intrigado, asique alentaba a su abuelo a seguir.
- Como sabés, los barcos que amarran en el puerto traen personas y pokemon. Esos mismos pokemon tienen dos posibilidades: pueden adaptarse a vivir en la ciudad, o escaparse y vivir en los bosques junto a la gran mayoría de pokemon. Al haber mayor cantidad de bestias en estado salvaje, los habitantes de la ciudad se tienen que dedicar cada vez más a amaestrar pokemon y combatir con ellos contra las posibles amenazas a sus hogares o comercios. –hizo una pausa-. Parece ser que la gente de mi país natal, Inglaterra, vio su oportunidad para hacer negocios.

Juan se desconcertaba cada vez más, aunque no hacía preguntas. Sabía que, tratándose de su abuelo, lo mejor era dejarlo contar la historia de un tirón. Ya habría tiempo para preguntas. Thomas siguió:

- Mis ex colegas de Silph S.A. descubrieron la manera de incluir a los pokemon en el sistema capitalista. Se les ocurrió que, con la excusa de que haya más control, las personas que quieran combatir con sus pokemon tendrán que estar registradas. Más allá de que el registro requiera el pago de una tarifa, su negocio no termina ahí. También van a vender unas esferas del tamaño de una manzana diseñadas para que los pokemon habiten en ellas, y alentar a los “entrenadores pokemon” a capturar cuantas bestias puedan y hacerlas competir entre sí. Medicinas especiales serán fabricadas y vendidas para quien las necesite.
- Increíble, n-no sé qué decir… – titubeó Juan, pero su abuelo lo interrumpió:
- El cuento no termina ahí. Silph S.A. se dio cuenta de que si los entrenadores van a tener cada vez más pokemon en su poder sin haber formado un vínculo previamente con ellos, va a ser muy difícil que las bestias les hagan caso. Por lo tanto, encontraron la manera de hacer que los monstruos los respeten; decidieron que quien quiera esa tecnología, tendrá que ganársela en una batalla. Cuando un entrenador tenga en su poder los ocho “controladores de pokemon” o, como ellos lo llaman para que suene mejor, “medallas”; tendrá el derecho de competir contra otras personas que se encuentren en sus mismas condiciones. El ganador adquirirá fama y respeto.

Juan sabía que eso estaba mal. De su abuelo había heredado el amor por los pokemon y el respeto por las personas. Los dos pensaban que el pueblo era quien debía ser favorecido y no los mandatarios. Saber que quienes habían trabajado en el pasado con su abuelo querían privatizar el uso de los pokemon, hacía que se enojara mucho.

- ¿Q-qué vamos a hacer? – Preguntó Juan, temblando de ira.

Thomas hizo un gesto casi imperceptible. De inmediato una sombra que colgaba del techo, saltó al suelo. Desde más cerca, el chico pudo ver de qué se trataba: Una lagartija color verde de medio metro de alto, con algo de color rojo en el torso, una cola grande y verde, ojos amarillos y una pequeña rama en su boca; la mirada del pokemon era confiada. El anciano estiró su brazo para que el pokemon pudiera treparse, miró al nieto a los ojos y le respondió con una sonrisa:

- Luchar, naturalmente.[/font][/SIZE]

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Tommy
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Tommy »

Bueno, te dije que lo iba a leer y de hecho lo hice al día siguiente de que me lo pasaste en Facebook, pero por alguna razón relacionada con la paja, no te dí ninguna opinión.

Lo cierto es que tu idea me parece genial. Yo también he tenido mi momento de inspiración por contar una historia que mezcle el país con pokémon -Cristina con un Empoleon, obviamente (?)-, pero no prosperó. Eso sí, tenés que tener las ideas muuuy claras para poder narrar sucesos que ocurrieron hace tanto, desarrollar quizás hechos históricos y a la vez entrelazarlos con todo el mundo pokémon. Sin embargo, viendo el primer capítulo no pareciera resultar tan compleja la cosa. Quizás sí pueda criticar un poco que el abuelo suelte todo ese choclo de cosas tan repentinamente, hubiera agradecido un poco más de ambiente y serenidad antes de ir a los bifes, pero no deja de leerse genial. xD

Escribís muy bien, tenés un buen dominio de las descripciones y las cuestiones gramaticales y ortográficas, así que no hay problema por ese lado. Sólo espero que la historia avance y ver en qué termina todo esto. ¿Llegará a la actualidad la historia? ¿Los gym leaders van a ser personalidades reales e históricas? ¿De qué color era el Rapidash blanco de San Martín?

Está muy bueno el fic, seguilo o personas indeseables tocarán tu puerta por la noche.
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Lightning
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Lightning »

Esto está muy bueno, la verdad. Me gustó mucho cómo estás mezclando la historia con el mundo Pokemon.
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ASHLEY
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por ASHLEY »

Leído. La idea en si no me parece algo súper original ya que la he visto en otros lados en el sentido de usar un lugar que realmente existe, pero sin duda se sale del rol típico de “chico conoce a pokémon y quiere ser el mejor”. Es algo bastante fresco podría decirse dentro de todo.

La narración es simple y llevadera, aunque hubo algunas cosas que no me gustaron que, voy a resumir mas tarde. Me gustan varios de talles de esta como las descripciones de las cosas. Es algo mas subjetivo creo, a mí, en lo personal, comerme 10 hojas de la descripción de un lugar no es de mi agrado

La ortografía bastante bien, en ningún momento tuve q volver atrás porque un punto o una coma faltasen.

La longitud me parece demasiado corta como para narrar una historia de este tipo. Necesita mucho más, para poder contar mejor las cosas para que, hechos como la revelación del abuelo o la historia de José no salgan tan de la nada. Tendrías que desarrollar un poco mas antes de enviar esas bombas dramáticas porque le quitan mucho impacto a la historia.

Creo que eso es todo por el momento, seguí escribiendo Gonza.
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Estas aburrida/o y ya te cansaste de leer las mismas boludeces de siempre, bueno una mas no te va a hacer daño.
Lee mi fic :" Cuchillas de Amistad"
en la seccion Fan Fic del foro
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Gonzaa
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Gonzaa »

A ver, vamos de a uno.

Tommy escribió:Bueno, te dije que lo iba a leer y de hecho lo hice al día siguiente de que me lo pasaste en Facebook, pero por alguna razón relacionada con la paja, no te dí ninguna opinión.

Y yo que creía que no me habías vuelto a hablar para no leer el fic... xD!

Tommy escribió:Lo cierto es que tu idea me parece genial. Yo también he tenido mi momento de inspiración por contar una historia que mezcle el país con pokémon -Cristina con un Empoleon, obviamente (?)-, pero no prosperó. Eso sí, tenés que tener las ideas muuuy claras para poder narrar sucesos que ocurrieron hace tanto, desarrollar quizás hechos históricos y a la vez entrelazarlos con todo el mundo pokémon. Sin embargo, viendo el primer capítulo no pareciera resultar tan compleja la cosa. Quizás sí pueda criticar un poco que el abuelo suelte todo ese choclo de cosas tan repentinamente, hubiera agradecido un poco más de ambiente y serenidad antes de ir a los bifes, pero no deja de leerse genial. xD

Si, contemplé la idea de presentar el tema un poco más tranquilamente, pero teniendo en cuenta que el prólogo no dice mucho de la historia, los lectores simplemente se aburrirían al segundo o tercer párrafo. Voy a darme esos lujos el día que alguien me conozca y me pongan fichas de antemano jaja

Tommy escribió:Escribís muy bien, tenés un buen dominio de las descripciones y las cuestiones gramaticales y ortográficas, así que no hay problema por ese lado. Sólo espero que la historia avance y ver en qué termina todo esto. ¿Llegará a la actualidad la historia? ¿Los gym leaders van a ser personalidades reales e históricas? ¿De qué color era el Rapidash blanco de San Martín?

Muchas gracias por las rosas :pucca

Lightning escribió:Esto está muy bueno, la verdad. Me gustó mucho cómo estás mezclando la historia con el mundo Pokemon.

Gracias por leer!

ASHLEY escribió:Leído. La idea en si no me parece algo súper original ya que la he visto en otros lados en el sentido de usar un lugar que realmente existe, pero sin duda se sale del rol típico de “chico conoce a pokémon y quiere ser el mejor”. Es algo bastante fresco podría decirse dentro de todo.

Es la idea. Seamos sinceros, es pokemon. Si bien se nos pueden ocurrir muchas cosas, siempre terminamos en lo mismo. Nuestra admin incluida. El chiste está en como contás la historia, y el cocktail de misterio/personajes/acción.

ASHLEY escribió:La narración es simple y llevadera, aunque hubo algunas cosas que no me gustaron que, voy a resumir mas tarde. Me gustan varios de talles de esta como las descripciones de las cosas. Es algo mas subjetivo creo, a mí, en lo personal, comerme 10 hojas de la descripción de un lugar no es de mi agrado

A la gente le sigue gustando mis descripciones, cuando no hago más que sacármelas de encima. Gracias.

ASHLEY escribió:La ortografía bastante bien, en ningún momento tuve q volver atrás porque un punto o una coma faltasen.

Eso intento!

ASHLEY escribió:La longitud me parece demasiado corta como para narrar una historia de este tipo. Necesita mucho más, para poder contar mejor las cosas para que, hechos como la revelación del abuelo o la historia de José no salgan tan de la nada. Tendrías que desarrollar un poco mas antes de enviar esas bombas dramáticas porque le quitan mucho impacto a la historia.

Acá es donde siento que te contradecís, si me lo aclarás, te lo agradecería. Querés que la historia sea más larga, pero no te gustan las descripciones de diez páginas... me estás pidiendo que meta escenas fillers o algo así? Posta que no entiendo xD Lo otro ya lo respondí más arriba.

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tl;dr muchísimas gracias por leer y comentar :kis:
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Tommy »

Tuviste TRES comentarios, sin que ningún bot forme parte de ellos. Eso ya se considera un éxito rotundo en el foro. xD
Y me fijé que subiste el segundo capítulo en otro foro -infiel- pero no pienso leerlo hasta tenerlo en uno que huela a asado como Arceus manda. :hm Qué se cree usted.
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Gonzaa »

Tommy escribió:Tuviste TRES comentarios, sin que ningún bot forme parte de ellos. Eso ya se considera un éxito rotundo en el foro. xD
Y me fijé que subiste el segundo capítulo en otro foro -infiel- pero no pienso leerlo hasta tenerlo en uno que huela a asado como Arceus manda. :hm Qué se cree usted.

Soy conciente de ello xD Lo subo a otro foro primero a modo de filtro, considero al público de PA como el ideal.
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por ASHLEY »

Si tendría que aclarar. No me gustan las descripciones extensas onda “señor de los anillos”, 20 páginas describiendo un laguito y un Hobbit sentado, esto es algo personal y si a cualquiera le encanta Tolkien sea libre de putearme todo lo que quiera. No quiero decir que no disfrute de una buena descripción redactada en una longitud razonable.¿ No se si me explico? Era un comentario mio que venia al caso igual.

Cuando digo que el capitulo es corto es en el sentido de que uno no pudo ver bien como son los personajes, sus acciones, donde viven y con que se relacionan. Más o menos redactar un poco más la vida de Juan así no lo vemos como algo tan “inerte” y básico. Y cuando su vida cambie de golpe con todo el drama que se le viene encima nos damos cuenta que dejo atrás o como era antes del quilombo. Es más que nada moverlo por ahí para poder caracterizarlo un poquito más y asi poder ver como reacciona a esas cosas como la propuesta del abuelo.

Un poco de filler en el cap para demostrar como son tus personajes nunca esta de màs. Espero que me haya explicado con claridad. Cualquier cosa pregunta, que respondo sin ningún problema.
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Gonzaa
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Gonzaa »

ASHLEY escribió:Si tendría que aclarar. No me gustan las descripciones extensas onda “señor de los anillos”, 20 páginas describiendo un laguito y un Hobbit sentado, esto es algo personal y si a cualquiera le encanta Tolkien sea libre de putearme todo lo que quiera. No quiero decir que no disfrute de una buena descripción redactada en una longitud razonable.¿ No se si me explico? Era un comentario mio que venia al caso igual.

Cuando digo que el capitulo es corto es en el sentido de que uno no pudo ver bien como son los personajes, sus acciones, donde viven y con que se relacionan. Más o menos redactar un poco más la vida de Juan así no lo vemos como algo tan “inerte” y básico. Y cuando su vida cambie de golpe con todo el drama que se le viene encima nos damos cuenta que dejo atrás o como era antes del quilombo. Es más que nada moverlo por ahí para poder caracterizarlo un poquito más y asi poder ver como reacciona a esas cosas como la propuesta del abuelo.

Un poco de filler en el cap para demostrar como son tus personajes nunca esta de màs. Espero que me haya explicado con claridad. Cualquier cosa pregunta, que respondo sin ningún problema.

Muchas gracias por la aclaración! Sí, qué sé yo. Como más de uno me lo dijo, voy a ver de meter un poco de eso. Pasa que tengo la mala costumbre de ir caracterizando a los personajes a medida que transcurre la historia. Voy a intentar mechar un poco de cada uno. Lo que sí, los próximos capítulos son una muestra de la acción que van a encontrar a lo largo del fic y, después de eso, algo de como se relacionan los personajes; si bien en ambas situaciones hay caracterización, voy a intentar poner un poco más si así lo ven conveniente.
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Gonzaa
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Gonzaa »

Capítulo II - Búsqueda en los callejones ¡Se presenta Karai!

[spoiler][font="Verdana"][SIZE="3"]Capítulo II – Búsqueda en los callejones ¡Se presenta Karai!

Juan miró al Treecko con recelo. Esa sucia lagartija no había hecho más que atormentarlo durante su niñez, robándole comida y juguetes. Para colmo, se daba a la fuga y era imposible de alcanzar, lo cual le daba inmunidad a cualquier tipo de venganza. Odiaba a la mascota de su abuelo.

- De ninguna manera –dijo el muchacho-. No pienso luchar al lado de esa cosa.
- Es una lástima que pienses así, ya que no tenés elección.

Thomas miró primero a su nieto, luego al pokemon, y luego a su nieto de nuevo. Tras unos segundos en los que pareció debatir consigo mismo, anunció:

- Bueno, hagamos una cosa –dirigió su mirada al chico-. Solamente usá a Karai como protección por hoy. Atrapá algún monstruo que te guste, y no vuelven a relacionarse.

Juan miró al Treecko: esa horrible lagartija tenía la misma mirada altanera de siempre. Karai creía que era mejor que los demás, y el chico no soportaba que lo menosprecien.

- Está bien – sentenció- pero sólo por esta vez.

Una vez terminada la conversación, Juan agarró su mochila y estaba a punto de irse cuando su abuelo lo detuvo.

- Al decirte que atrapes un pokemon, me refería a que lo hicieras con esto.

Thomas sacó de su bolsillo una esfera metálica dividida a la mitad por una línea negra divisoria. Tenía un botón transparente en el medio y era de color rojo escarlata en la parte superior, mientras que la parte inferior era de color blanco metálico.

Juan agarró la pokeball sin pensar mucho. Su abuelo ya le había explicado –aunque muy por arriba- como funcionaban, y sinceramente no tenía muchas ganas de seguir hablando. Estaba de mal humor asique abrió la puerta y se fue. Thomas le hizo un gesto al Treecko, quien saltó inmediatamente y fue tras el muchacho.

***


El chico caminaba inmerso en sus pensamientos. ¿Qué tan hipócrita era su abuelo al utilizar el mismo método de captura que tanto criticaba, contra sus “enemigos”? Encima obligarlo a combatir junto a una lagartija… Todo le resultaba muy confuso y ajeno.
De todas maneras, tenía que cumplir con la voluntad de su abuelo, asique fue a la ciudad. Sabía que en los callejones se solían encontrar pokemon (y el muchacho quería evitar a toda costa los bosques y campos). Ni bien encontró el primero, se adentró en él.
Ironía. Juan no podía pensar en otra palabra para describir la situación. El día de su cumpleaños, el día que le fue encargada la misión, el día que capturaría a su primer pokemon, un día sumamente más importante que otros… era el día en que moriría. O al menos, recibiría una importante paliza.
El callejón era estrecho, y el chico ya se había adentrado mucho cuando los vio. Un grupo de cuatro o cinco muchachos de su edad (quizás hasta mayores), lo habían acorralado. Juan deseaba con todas sus fuerzas que sólo quisieran algunos billetes. Para colmo, el lugar estaba oscuro como boca de lobo, más allá de ser media mañana.
Fue en ese momento de desesperanza cuando se dio cuenta de su presencia. Con el rabillo del ojo, Juan pudo divisar a Karai, el Treecko, trepado a una canaleta. Los amarillentos ojos lo observaban ausentes. Quizás, sólo quizás… podría salvarse.
El muchacho miró a sus posibles agresores uno por uno, luego miró a la lagartija y gritó:

- ¡Karai! Necesito tu ayuda, por favor.



No hubo respuesta.
Los demás muchachos creyeron que estaba loco. Bastó con la señal de uno de ellos para comenzar la pelea.
El más alto del grupo se arrojó encima de Juan, con el puño derecho preparado para incrustárselo justo en la cara. El chico –que había tenido varias peleas debido a las creencias políticas de su abuelo- se tiró al piso y se apoyó sobre su brazo derecho, para inmediatamente darle una patada a su agresor en el pie de apoyo; se levantó tan rápido como pudo y vio como el grupo ayudaba a levantar al caído. Formaron un círculo en torno a él; supo que era su fin cuando vio la mirada de odio en ellos.
Esquivó, golpeó y volvió a golpear. Si bien estaba aguantando en mejores condiciones de las esperadas, no iba a seguir mucho más tiempo en pie. Aprovechó un segundo de respiro para mirar al pokemon.
Karai había sido obligado a bajar de la canaleta. Así como el muchacho había sido acorralado, el pokemon estaba a punto de ser comido por un grupo de Growlithes (que parecían ser mascotas de los pandilleros). Sin embargo, luchaba con impresionante destreza aun estando en desventaja de tipo.

Imagen


La situación general era, como mínimo, interesante. El flamante entrenador con su temporal camarada, en la misma situación; uno con humanos y otro con pokemon. Juan esquivaba golpes y patadas, mientras que el Treecko evitaba ascuas y mordidas. Ambos, inmersos en sus respectivas peleas, espiaban de reojo la lucha del otro.
Los combates fueron arrastrando tanto a entrenador como pokemon hasta el centro del callejón, hasta que quedaron espalda contra espalda. Mientras que Karai tenía mejores reflejos y esquivaba a sus agresores con elegancia, Juan tenía mayor fuerza para devolver los golpes.
La pelea era tan dura, que el muchacho no se creía capaz de seguir por mucho tiempo más. De su boca caía sangre que recorría su cuerpo como si de un río se tratase. Aprovechó un descuido de sus oponentes para tirar a uno de ellos encima de los demás. En ese momento giró la cabeza y vio al Treecko a punto de caer elegantemente sobre sus pies, sin darse cuenta de que uno de los caninos se disponía a quemarlo por la desprotegida espalda.
Lo que sucedió en ese instante aún escapa a cualquier tipo de explicación lógica que Juan haya querido darle (¿Ética? ¿Moral? ¿Amor a su abuelo?). Como si fuera lo más normal del mundo, se tiró cual guarda espaldas e interceptó el ataque del Growlithe, que –más allá del dolor- no hizo más que dejarle unas marcas en la espalda al chico. Al parecer, eso golpeó el orgullo de Karai quien, en un intento de no parecer inferior al muchacho, se enfrentó a los pandilleros él solo. Con su destreza y habilidad para esquivar cualquier golpe dado por los humanos, los dejó rápidamente fuera de combate.

- Presumido – comentó Juan al ver lo que había sucedido, aunque era obvio que se había quedado impresionado. No conocía las dotes de batalla del Treecko.

Entre ambos, rápidamente se despacharon a los caninos escupe fuego (el muchacho pareció “olvidarse” temporalmente de lo mal que le parecía golpear pokemon) y se dieron a la fuga del lugar.
No querían pasar un segundo más en ese infierno.

***


Entrenador y pokemon volvían a su casa por las calles de la ciudad cuando, aparentemente de la nada, un Growlithe apareció en el aire (podría suponerse que estaba en pleno salto); embistió a Karai, y se lo llevó consigo al interior de otro callejón. La acción transcurrió demasiado rápido como para que Juan pudiera impedirlo. El muchacho –más por instinto que por otra cosa- se lanzó a la persecución de la mascota de su abuelo.
Cuando el chico llegó al lugar donde se encontraba Karai, creyó que nunca había pasado tanto tiempo en callejones como ese día. Tendido en el piso, entre una abrumante cantidad de caninos, se encontraba la lagartija verde, totalmente a su merced. Cuando Juan llegó a su rescate, creyó tener un déjà vu; inmediatamente un círculo de canes se cerró alrededor suyo.
La única esperanza de salir vivo que le quedaba al muchacho era pelear junto al Treecko, asique –más allá de disfrutar verlo en ese patético estado-, fue a su rescate. A base de patadas, Juan se hizo camino hasta la lagartija y logró que sus atacantes se alejaran a más o menos un metro de ellos; manteniendo los Growlithes el círculo infernal.
Juan miraba a esos odiosos perros. Si alguien le hubiera preguntado, él habría respondido que parecían ser las mismísimas mascotas de Satán. El pelaje de color naranja fuego con rayas negras, la melena y cola desaliñadas, los colmillos desafiantes y esa mirada intensa… por alguna razón –probablemente el hambre-, esos sarnosos tenían sed de sangre. Sangre y venganza.
Así sin más, comenzó la feroz batalla.
Los Growlithes atacaban a diestra y siniestra, algunos escupían fuego, otros buscaban conectar poderosos mordiscos y otros simplemente rugían. Mientras Juan le pateaba el hocico y dejaba inconsciente a un can especialmente insistidor, pensó que de haber un infierno, ya se lo había ganado; y perros como estos lo esperarían en la puerta.
Lo más molesto de esa pelea, era sin dudas el hecho de estar tan expuesto al fuego. Claro que, si a él le molestaba, seguramente a la lagartija también; dicho pensamiento llevó la mirada del muchacho al Treecko.
Karai parecía otro pokemon. Si bien se defendía a duras penas, se notaba en su cara que se sentía totalmente intimidado por esos sarnosos perros; lo cual estaba mal, muy mal.

- ¡Hey, lagartija! Más te vale que salgamos de esta, eh. Thomas nos está esperando.

Las palabras recién pronunciadas por Juan parecían hacer eco en la cabeza del pokemon... Thomas. Debía luchar por él. Ese había sido el único humano que en vez de querer cazarlo o tirar abajo el árbol donde vivía, lo dejó tranquilo; no sólo eso, sino que también le había dado comida y protección cuando fue necesaria.
Como si de magia se tratase, Karai levantó repentinamente la cabeza y miró desafiante a sus oponentes. La chispa en sus ojos había vuelto, y con ella, la fuerza y determinación de la criatura.
El muchacho se secó un hilo de sangre que le caía por la boca. Era sangre ya espesa, casi sólida, vieja.

- Hagámoslo.

Humano y pokemon, con la misma motivación –aunque sin trabajar en equipo ni nada parecido- se cargaron a cuantos canes había en el callejón. Estaban bastante cansados y sus huesos parecían pedir a gritos que se detuvieran, pero lo lograron. Pudieron sobrevivir a ese brutal ataque de Growlithes.
Jadeantes, Juan y Karai caminaban con destino a la calle cuando escucharon un feroz rugido a sus espaldas. El sonido parecía venir de las mismísimas profundidades del Infierno, era un ruido que erizaba la piel.
Cuando se voltearon pudieron ver, subido a una pila de bolsas de basura, a un Growlithe mucho más grande que los demás. Esa bestia imponía –cuando menos- respeto.
El muchacho se puso en posición de pelea, dispuesto a enfrentarlo, pero la lagartija le hizo una seña con la mano para que se quedara en su lugar. La pelea, ya fuera por sentimientos o por la desafiante nueva amenaza, se había convertido en algo personal para Karai.
El Growlithe saltó cerca de donde estaba la lagartija, dispuesto a convertirlo en su alimento. No, no era sólo hambre, era también honor y orgullo. Claramente esa bestia canina quería vengar a las caídas en combate.
Tanto el perro como el Treecko se miraban fijamente, intentando leer los pensamientos del otro. Si bien no había comenzado la pelea, Juan sentía la tensión en el aire como quien siente la niebla o el miedo.
Karai se lanzó al ataque primero. Sin dudar ni un segundo, y sin bajar la mirada, corrió con una velocidad increíble hasta donde se encontraba su oponente. Una vez que lo tuvo en su rango de ataque, la lagartija giró sobre sí misma y le dio un fortísimo golpe con la cola al can, quien lo recibió de lleno.
El Growlithe sintió ese golpe en lo más profundo de su orgullo. Se incorporó de inmediato y, aprovechando la proximidad de la lagartija, le escupió una bocanada de ascuas que le dejaron muchísimo daño en la escamosa piel.
Usando su cerebro tan rápido como ameritaba la situación, el Treecko no perdió tiempo y trepó por una de las paredes que tenía cerca. Errado como quien cae en una trampa, el can apoyó sus patas delanteras en la misma pared y escupió brasas hacia arriba. Karai aprovechó la oportunidad y se dejó caer, a una velocidad que daba vértigo, conectando un poderoso ataque destructor en el lomo del perro.
Si bien el Growlithe tenía muchísimos deseos de moverse, no podía. La lagartija se dio cuenta de eso y volvió a trepar por la pared, con intenciones de impactar nuevamente en el lomo del infernal canino. Sin embargo, cuando se encontraba en plena caída –con su objetivo entre ceja y ceja-, un objeto que no supo reconocer impactó en el perro de fuego. Luego de impactar y rebotar, ese objeto (¿Una esfera?) se abrió y una luz roja salió del mismo. La luz envolvió al can, quien se convirtió en luz y entró en la misteriosa esfera. Claro que todo esto sucedió a una velocidad tal, que cuando la lagartija quiso corregir su rumbo ya era tarde, y se dio un durísimo golpe contra el suelo.
Juan se acercó lentamente, como si disfrutara cada paso que daba, hasta estar al lado de la maltrecha bestia. Se agachó con toda la paz del mundo, recogió la esfera y la guardó en uno de sus bolsillos. El muchacho miró con malicia y placer a Karai, y le dijo:

- ¿Qué? ¿Querías acabar con él?

El Treecko lo miró con odio, pero estaba muy cansado como para reaccionar agresivamente. Se levantó trabajosamente y empezó a caminar, junto a Juan, de vuelta a casa.[/SIZE][/font]
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por ASHLEY »

Leído ya.
Después de que el abuelo de Juan le comentara la situación de la terrible sociedad en la que vivían. Juan acepta la propuesta de intentar cambiar las cosas. Para esto el anciano le ofrece como primer pokemon a su treecko Karai. Sin estar de acuerdo con la compañía del pokemon, por experiencias malas ya pasadas, el chico decide que lo acompañe con la promesa de ayudarlo a capturar su propio pokemon y así terminar con esa amistad forzada.

En la búsqueda de su “primer” pokemon Juan decide entrar en un callejón desolado, que para su mala suerte estaba ocupado por un grupo de pandilleros con sus growlithes. Por la razón de solo poder hacerlo, los matones, comienzan una pelea con Juan. Este comienza defendiéndose bien, pero sus oponentes terminan siendo demasiados y aunque le pidió a ayuda a Karai este no se acercó a ayudarle por que los canes de fuego había rodeado al pobre pokemon. Después de una encarnizada batalla un trabajo en “equipo” lograron salir victoriosos.

Como si el destino no quisiera dejarlos tranquilos, al salir del callejon y dirigirse la casa, otro Growlithe secuestra a Karai y lo lleva a su guarida, donde mas canes los están esperando. Juan logra hacerse paso entre los perros y ayuda a su amigo antes de ser devorado violentamente. Después de darles una paliza a la jauría, aparece su líder y decide retarlos a lo que esperemos sea la última pelea del día. La batalla se decanta para el lado de Karai y justo cuando este estaba por dar el golpe final, Juan lanza una pokebola y lo captura.

A nivel narrativo, creo que mejoro mucho desde el capitulo anterior ya que este se extendió lo suficiente para poder disfrutar bien la lectura que era lo que mas acomplejaba a las anteriores entregas. La narración es simple y concisa junto a las cortas y simples descripciones. La ortografía en mi opinión no tiene grandes fallas, por lo que la hace una lectura llevadera.
Creo que lo más importante en este cap fue la caracterización de los personajes que alcanzamos a ver. Pudiendo notar que Karai es medio engreído y Juan aunque no lo estime mucho no dudo en salir a protegerle de un inminente ataque, mostrando que en el fondo se preocupa por el.

Esperemos que el destino no les depare un próximo callejón lleno de cosas asesinas, porque no creo que resistan más golpes XD. Nos vemos en el siguiente cap.
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Tommy »

Leído ya el segundo capítulo, puedo decir que claramente la cosa mejora y mejora. No llega a ser un punto de inflexión o un episodio crucial -tampoco es que se necesite-, pero es una forma muy acertada de profundizar en la relación de los personajes -Juan y ese Treecko argentino con nombre japonés, al igual que éste último y Thomas- y el mundo hostil en el que se sumergen casi automáticamente al aceptar su condición de entrenador y acompañante.
Divertida batalla y buen desenlace para que brote una posible rivaliad entre dos pokes que se ven forzados a ser compañeros.

Ganas de leer el próximo. :vulrock
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Re: Pokemon: Historias de Buenos Aires

Mensaje por Gonzaa »

Muchísimas gracias, es bueno saber que alguien lee :kid

Esta vez no tengo mucho que comentar, salvo aclarar que Karai no es un nombre japonés. Son mi motivación a seguir escribiendo :K
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